Si uno encuentra la Plaza de la Constitución de Almoradí, no se pierde. Es su centro neurálgico. El alma de un municipio de 20.000 habitantes situado en el corazón de la Vega Baja. En el callejero oficial figura como Plaza de la Constitución, pero los almoradidenses la llaman «El paseo» desde hace casi dos siglos. Fue concebida como el epicentro de la localidad, pues todas las calles iban a parar allí. A su venerada parroquia de San Andrés, al Ayuntamiento o al mercadillo de los sábados. Así fue ideado por el arquitecto José Agustín de Larramendi. Fue él quien diseñó el trazado urbanístico tras el devastador terremoto de 1829. No quedó ni una casa en pie. Pero el pueblo resurgió de entre sus ruinas en torno a esta plaza central, que registra hoy el latir de un municipio que está vivo. Muy vivo.

De planta rectangular, llama la atención por su curiosa vegetación. La plaza está engalanada por 19 imponentes ficus. Las copas de estos árboles están podadas de forma circular. Si te sitúas abajo puedes ver el cielo. Se plantaron en 1942 y alcanzan varios metros de altura, pero por encima de ellos asoman los dos campanarios de la parroquia y la imponente imagen del Sagrado Corazón, ubicada en la parte central del edificio. El templo se terminó de construir en 1861, tal y como recoge el libro «Almoradí. Un recorrido histórico», publicado por José Antonio Latorre y reconocido como una obra de Interés Turístico por la Generalitat. El ejemplar recuerda los orígenes de esta plaza, surgida como una alquería árabe y reconstruida casi en el mismo lugar tras el sismo ocurrido el 21 de marzo de 1829.

El terremoto que asoló la población marcó el fin de una época y el principio de la etapa moderna, al menos en términos de desarrollo urbanístico. Siendo un pueblo dedicado mayormente a la agricultura, apenas había dinero para reconstruir todas las viviendas cuando la tierra rugió bajo los pies de sus vecinos. La monarquía, con Fernando VII, financió buena parte de la reconstrucción encargada al arquitecto Larramendi. También llegaron donaciones desde todo el país.

En agradecimiento, el pueblo erigió una calle llamada «donadores» y otra consagrada a San Emigdio, patrón de los terremotos. Ambas se situan en torno a esta plaza. Una plaza que no tuvo iluminación pública hasta 1853, cuando fue testigo del asesinato del entonces alcalde, Antonio Alonso. Ocurrió en la oscuridad de la noche y fue el detonante para que el gobierno civil alicantino diera permiso para disponer iluminación en el pueblo.

Durante los últimos dos siglos se han ido construyendo en torno al Paseo otros edificios que ya forman parte de la postal central de Almoradí, como son el Casino, el Teatro Cortés o el Consistorio.

El Casino y el Teatro Cortés visto desde la Plaza de la Constitución. Mary Parra

La plaza de la Constitución ha sido y sigue siendo un punto de reunión para los vecinos. Dentro de los bares que la rodean, cuando hace frío. Sentados a la fresca en sus bancos o en su kiosko cuando el atardecer mitiga el calor veraniego. No obstante, no solo da cabida a sus residentes. Todo lo contrario. Es un lugar que acoge a miles de personas cada fin de semana, al igual que viene ocurriendo desde 1583. Fue ese año cuando el municipio se segregó de Orihuela y la Corona dio permiso para instalar allí un mercadillo cada sábado. La actividad comercial se mantiene hoy día y se calcula que son más de 20.000 personas las que acuden semanalmente a comprar a los puestos que se ubican, también, en torno a esta plaza. El Paseo es hoy un lugar que invita a recordar la historia de Almoradí, que exhibe orgulloso las tradiciones de Moros y Cristianos o Semana Santa y que sirve de escaparate para un municipio que quiere contar cómo resurgió tras un terremoto.

Una imagen de la Plaza de la Constitución de Almoradí. Mary Parra