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Diario de un esnob

Diario de un esnob

Sí, reconozco que veo La 2 y que oigo Radio 3, aunque con escaso éxito: es tanta mi ansia de conocimiento que los documentales me acaban produciendo modorra, y la música de la emisora pública alternativa me da, según y cómo, ciertos dolores de cabeza. Pero me da igual, porque quedo muy bien en las conversaciones («ayer, oyendo Radio 3, escuché a?»). En el colmo de la impostura, veo series danesas en versión original subtitulada («es que si le quitas a un actor la herramienta de su voz?», digo a mis amigos, con tono afectado y condescendiente). También desayuno fibra, me he aficionado a la cúrcuma, el sésamo y el jengibre, y cuando discuto de política suelto sentencias del tipo «es necesario repensar la forma de hacer política», y frases similares. Lo reconozco, soy un posturitas sin remedio, un esnob de manual («tú lo que eres es un impostor», me dice mi mujer, que me tiene, claro, cogida la medida). También digo mucho que yo no hago turismo, sino que soy un viajero. Y que no veo nada, nada, la televisión (fundamental, lo de no ver la tele es fundamental: eso hay que decirlo siempre, en cualquier foro).

Aunque me siento bien y a gusto conmigo mismo, da trabajo estar a la última para poder hablar con credibilidad de lo que no sabes: repaso todas las necrológicas de pensadores y filósofos, leo las columnas de los politólogos de moda, demuestro cierto desprecio por la deshumanización que producen las nuevas tecnologías (esto también es muy mío: abomino a la menor ocasión del móvil, del e-book, del Ipod, y digo lo felices que éramos oyendo cassetes) y estoy contra los transgénicos (aunque no sepa por qué: pero da igual). También puedo hablar con bastante desparpajo de los beneficios de la agricultura ecológica, de la serenidad que le aporta a mi ser la meditación, o de cómo empatizo con el comercio de barrio. Y por último y para no aburrirles, en mi primera cita con el sexo contrario, y a la mínima ocasión que tengo, les susurro que escribo, pero que no publico («es que soy muy tímido» les digo, como quien no quiere la cosa. Brutal, me sale brutal?)

Así que sí: me gusta diferenciarme del resto, darme importancia, hablar de oídas, no preguntar nunca nada, tener ínfulas, aparentar que sé lo que no sé o que pienso lo que no pienso, manejarme en la superficialidad. También asiento cuando me dicen ideas que no comprendo, y niego cuando veo que algo gusta a todo el mundo. Sí, lo admito, soy un impostor. Pero, ¿acaso hago mal? ¿A quién hago daño? ¿Pasa algo por hablar sin conocimiento y sin causa, por querer epatar desde que me levanto hasta que me acuesto, por fabricarme una imagen falsa que me guste, por afectar la voz ante cualquiera que tenga delante? ¿O acaso es usted de los que sólo hablan si es con propiedad y con criterio, de los que actúan siempre bajo principios sólidos e insobornables, de los que jamás se hurgan la nariz en los semáforos, de los que nunca tiran una colilla por la ventanilla? Sí, yo soy un impostor, lo reconozco. Pero, ¿y usted?

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