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Enero, esa cuesta tan rara

Tras esa tremebunda trituradora con tendencias aniquiladoras que son las navidades (y en donde hacemos cosas tan raras como gastarnos un pastón en lotería, comer cochinillo y mazapanes sin parar, ir a centros comerciales donde existe peligro de morir por aplastamiento, o convivir con la familia política -y la propia- hasta extremos claramente perjudiciales para nuestra salud física y menta), nos damos de bruces con la necesidad de cambiar a toda pastilla el plato de la bicicleta para hacer frente a la árida rampa de enero.

Y uno agradece la vuelta a la fría normalidad, aunque sea con la cuenta corriente tiritando, inerte y en estado de shock post-traumático. Aunque no sé si es catalogable como normal un mes en el que alguien como Trump vaya a convertirse en el presidente del país más poderoso del mundo. O que (manda huevos, Federico, manda huevos?) a Trillo se le agradezcan los servicios prestados y pueda volver al Consejo de Estado. O que las Campos sigan ahí, como el dinosaurio de Monterroso, espectrales y terroríficas. En el colmo de la anormalidad, el otro día me sorprendí al entender todas las palabras de un párrafo dicho por Errejón, sin tener que mirar el diccionario ni nada. Y también me escamé cuando leí una entrevista de Pérez Reverte, y aparecía en la foto sin escopeta. Pero lo que acabó de alarmarme es que un día cualquiera de la semana pasada abrí la puerta de mi casa al llegar del trabajo, y me encontré a mi hija de quince años en la mecedora del salón (sí, tenemos una mecedora, qué pasa?) vestida con una falda, y leyendo un libro en el salón. Un libro de papel, quiero decir. Acabáramos. ¡Con falda, sin el móvil y con un libro entre las manos! Jesús, me dije a mí mismo, lo que está sucediendo este mes pasa de castaño oscuro, algo se mueve, ándate con cuatro ojos.

Pero es que van pasando los días y todo va a peor: un tipo sensato y cuerdo como Patxi López dice que opta a dirigir un partido que está con la camisa de fuerza y en estado de manicomio. Cada rueda de prensa de Guardiola parece la de un psicópata, mientras Mourinho gasta bromas y ríe ante los periodistas. Mi hijo de doce años dice que le gusta David Guetta, pero aún me pide un beso de buenas noches. ¿Qué será lo próximo, qué? ¿que el banco nos tenga que abonar los gastos de notaría de la hipoteca? ¿que alguien del PP salga pidiendo el voto para los militantes? ¿Qué Ramos, además de marcar los goles de su equipo, marque los del contrario? ¿que haga un frío que pela en mitad del invierno? No sé, no sé, pero cuidado con la vuelta a la normalidad de enero, que está siendo un mes raro de cojones.

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