Cuenta la leyenda que los niños buenos reciben regalos de Melchor, Gaspar y Baltasar. Sus Majestades de Oriente también se acuerdan de aquellos que se portan regular durante el año trayéndoles carbón en vez de juguetes. ¿Quién no se porta bien, más allá de que sea travieso o saque malas notas en el colegio? Juzgamos sus comportamientos en función de que cumplan nuestros cánones educativos, tan tradicionales como rígidos, en muchas ocasiones. «Un niño debe vivir su propia vida, no una vida que sus padres quieran que viva, ni una vida decidida por un educador que supone saber lo que es mejor para el niño», dijo el pedagogo escocés A. S. Neill. El filósofo español José Ortega y Gasset abordó la cuestión con pragmatismo. «Solo si los niños pueden vivir hoy plenamente como tales, mañana serán personas adultas en la plenitud de su potencial. El renacuajo no se hace un mejor sapo si se le fuerza a vivir fuera del agua prematuramente. Así también, el niño no desarrolla mejores cualidades humanas si se reprime sus impulsos naturales, si se le obliga a portarse como un pequeño adulto que debe pasar muchas horas inmóvil, callado, asimilando conceptos por medio de lecciones verbales, siguiendo ejercicios predeterminados». Estos patrones de enseñanza continúan estando vigentes en la actualidad en una inmensa mayoría de centros y hogares. Existe una tendencia, que se abre paso, poco a poco, ensalzando la educación del niño desde el acompañamiento. Se trata de un sistema de crianza respetuosa y vivencial, que choca con la tradición de adiestramiento y represión emocional, donde se aprende la sumisión y la competitividad, eliminando la creatividad, autoestima y ritmo personalizado. La figura del adulto es importante desde el acompañamiento con amor para que el niño sienta libertad para preguntar, asombrarse, estar orgulloso de lo que quiera, vivir cada momento como si fuera el último, fiarse de su intuición, disfrutar el aquí y del ahora, reír y llorar sin contención, enriquecer sus amistades sin filtros y creer en lo que desee. Estas virtudes tempranas son enseñanzas para la vida adulta, tan moldeada por el sistema. ¿Por qué no inspirarse por una sonrisa, un llanto o una pregunta y aplicarlo con 45 años? Igual que no hay rival pequeño, no hay maestro pequeño. La autenticidad infantil también es un regalo de Reyes y no ha de celebrarse solo un día al año.