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Berger nos enseñó a mirar

La noche del lunes, con el periódico casi cerrado, nos llegaba la noticia de la muerte de John Berger, un pensador, por eso la gran egoteca que son las redes no se llenaron de lamentos por la pérdida de ese hombre sin el glamur de las estrellas. Pero Berger era un tipo impresionante, cuya presencia irradiaba más fuerza que algunos artistas sobre un escenario. Con un rostro cincelado por las arrugas similar al de Samuel Beckett y unos ojos tan vivos como el del dramaturgo irlandés, nadie me ha impuesto tanto como el escritor y crítico de arte británico fallecido a los 90 años. Berger visitó Alicante tres veces, dos en los años noventa, y una última hace una década. Tuve la suerte de poder entrevistarle hace veinte años y aunque mi jefe me advirtió que era alguien especial no esperaba lo que me encontré. Risueño a ratos, emanaba sin embargo una severidad extrema en cada gesto. Con la primera pregunta supe a qué se refería mi compañero: Berger escuchaba atentamente la interpelación del plumilla y luego se hacía el silencio, un mutismo que a mí me tensaba y me hacía creer que mi arranque había sido desastroso. Pero no. Berger cerraba los ojos, apretaba los párpados, se desvanecía físicamente, podía estar callado quince o veinte segundos, hasta que respondía. Y entonces hablaba el maestro. Así, una cuestión tras otra. Pregunta, silencio, respuesta. No logré quitarme la angustia hasta que terminó la entrevista y no fuí consciente de lo que me dijo hasta que la transcribí. Como a varias generaciones, Berger me enseñó, primero aquella tarde y luego en sus libros y artículos, a mirar el arte con naturalidad, a no sentirme intimidado por los críticos de arte, a no hacer mucho caso de los discursos ininteligibles de algunos creadores para explicar sus obras, a percibir el arte como lo haría un niño, a no impacientarme para emitir una opinión, a mirar buscando, intentando ver, sin prisa. «El valor de una obra de arte está en el efecto que provoca a quien la contempla», me dijo cuando le interpelé por el rechazo de parte de la sociedad al arte moderno. «Muchos han aprendido que el talento y el genio es creatividad e invención y posiblemento esto sea un error. El secreto del talento es la receptividad, lo que está detrás. Ese es el verdadero logro artístico». Pocas frases puedo recitar de memoria como éstas.

Coda. Berger vino siempre al Aula de Cultura de la CAM, un espacio que acogió a los mejores pensadores de nuestro tiempo, marxistas o liberales. Maldita crisis financiera y lo que nos arrebató.

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