Podía haber pasado a la historia como un fenómeno de vanguardia, algo poco común en la escena española, pero el «bacalao», la eclosión de discotecas surgida en Valencia en los 80, fue estigmatizado por una sociedad pacata, error que el periodista Luis Costa ha querido resarcir con un desvelador libro.

¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995 (Contra) es una obra a la que Costa (Barcelona, 1972) ha dedicado dos años de trabajo, para conversar con medio centenar de djs, músicos, empresarios, periodistas y «disqueros», actores directos de un cuento nacido de un espíritu lúdico transgresor, que entró en decadencia al hacerse masivo, cuando la proliferación del consumo de drogas activó las alarmas mediáticas y sociales.

Costa, que por edad no pudo disfrutar de las sesiones que atrajeron a miles de jóvenes de toda España a las pistas surgidas en los alrededores de la capital valenciana, subsana la «flagrante omisión literaria» sobre la génesis, auge y caída de la conocida «ruta del bakalao», con «k», como la bautizaron los medios de comunicación de entonces, y con la que se hizo popular para disgusto de sus protagonistas.

«Nos dimos cuenta de que era un tema del que no había biografía, procedía de la cultura popular pero no había testimonios, era una historia muy oculta y nos pareció que había un hueco importante para darlo a conocer», comenta Costa.

Djs pioneros como Juan Santamaría o Carlos Simó fueron los responsables del cambio de paradigma sonoro que luego se vería en otros puntos de Europa (como la escena de Manchester), al apartarse de la música disco imperante en las pistas de baile -que incluía sesiones de «lentas» para las parejas y de rumba- y decantarse por un sonido musicalmente menos funky, más blanco.

«Fue un cambio radical. Carlos Simó apostó por la new wave, el post punk y sonidos más experimentales y de la primera música electrónica, que arranca primero en la discoteca Barraca, luego en Chocolate y más tarde en Espiral», recuerda Costa citando algunos de la quincena de salas que formaron esta escena, y donde podían sonar grupos como Joy División, Siouxie, The Jam, Magazine o Nina Hagen.

Es con la apertura en Valencia de Zic Zac, la primera tienda especializada en djs, cuando los integrantes de este movimiento comienzan a hablar de «bacalao», «una palabra de uso coloquial muy española para referirse a la música de importación de calidad, bacalao con c: 'aquí hay muy buen bacalao', 'mira qué bacalao hay', o 'toma bacalao', se decía», señala el periodista.

Sin embargo, en los noventa, sobre todo a partir del 93, el fenómeno se masifica por el boca-oreja y por los programas de televisión que ponen su foco en lo que estaba pasando en Valencia.

«Los medios comienzan a cubrirlo de una manera sesgada, sin entenderlo bien. Hablan de la 'ruta del bakalao' con 'k', una radicalidad que no le hacía justicia, y esa visión arraiga en la sociedad. Es entonces cuando la política decide actuar y se ponen controles policiales cerca de las discotecas. Al final, todo acabó porque la gente dejó de ir a las salas», afirma el crítico.

Costa lamenta que ante la opinión pública todo se redujera «a un Sodoma y Gomorra de tres días en los que los jóvenes iban de ruta uniendo una discoteca con otra, y eso no fue así».

Cuando arrancó a principios de los ochenta con ese menú musical tan vanguardista -explica el periodista- era un fenómeno reducido y muy moderno para aquella España, «que al margen de lo que era la movida madrileña, más vinculada a la música en directo, no tenía parangón, ni aquí, ni en otro punto de Europa».

El autor, jefe de prensa del Razzmatazz -uno de los templos actuales de la música de baile en Barcelona, donde también pincha- reconoce, no obstante, que más allá de la mala fama por las drogas -la mescalina primero y más tarde el éxtasis-, las fiestas a plena luz del día en los aparcamientos de los clubes o los accidentes de tráfico protagonizados por jóvenes, la decadencia estuvo provocada también por la falta de adaptación a los nuevos tiempos.

«Las propias discotecas y sus gestores no fueron capaces de reinventarse en un momento en el que musicalmente había cambiado la escena y también el público. No supieron mantener ese punto vanguardista en el que habían estado instalados durante una década y si a su vez recibieron la presión de la policía, de los políticos y de la sociedad, esa conjunción fatal provocó que todo el asunto colapsara», concluye.