Si hay algo que va junto a mi niñez y la del recuerdo colectivo, es ese aroma a leña de rosal, a azafrán, a buena gente alrededor de una cocina, de una hoguera, de fuego lento, con amigos, familia, compañeros, grandes dosis de corazón, amor puro por tradiciones que jamás se deben abandonar y mucha vida por delante? y con una buena copa de vino. Porque en mi tierra hay vinos que quitan el hipo y levantan el amor por la vida pura, que huelen a tierra húmeda de pinar, a romero y salvia, a invierno de húmeda y suave temperatura junto a un mar, ese Mare Nostrum, que une a todos los pueblos que nos bañamos junto a él y que te quita todas las penas y te reconcilia con la humanidad, con aquellos que trajeron todo y «casi nada», que nos dejaron ese poso de fenicios, romanos, íberos, griegos, visigodos y, en este caso, los mal llamados «moros», que además de darnos unos siglos de cultura, medicina y muchas cosas más, nos dieron el placer inconmensurable de cultivar en este continente por primera vez el arroz.

En tiempos del gran Califato se introdujo en esta tierra este elemento que hoy, sin dudarlo, es imprescindible en nuestra historia y nuestra vida. En esta encrucijada de hombres, historia, paz y guerra, en este cúmulo de evoluciones, revoluciones, viajes? ciclos y grandes cambios que ha sido Europa, esa que nos embarga todavía a muchos porque es la «vieja y gran Europa» destino común de música, cultura, política, protagonista de un pasado, un presente y un futuro común, sobre todo de sus gentes, esa Europa de los pueblos, esa, en este pequeño territorio llamado Mediterráneo hoy, más que nunca, baña su glamour desde el aroma de su gastronomía, internacional, cosmopolita y grande como nunca. Por ese arroz con caracoles, por ese clásico «señoret» que ha sido parte de tantas celebraciones familiares de tantos, por ese «negre con sepia», por ese aroma a mi niñez que quita el hipo y de repente, con una sola nota de olfato te devuelve, a ojos cerrados, a la sonrisa de los tuyos, a momentos que no volverán, por ese momento que un buen «caldero» te proyecta a vivir sensaciones nuevas? por ese mundo entero que supone para cinco continentes una cosa tan «futil» como esos granitos blancos, gorditos, salvajes, bomba o no, integrales o de los de siempre?. Por ese puñado que echas al fuego sin más pensamiento, han pasado y surcado siglos de historia y hoy, sin dudarlo, se resume en una frase: «Alicante ciudad del arroz». Una denominación que se ha estrenado esta semana y cuya puesta de largo se debe al buen trabajo de muchos, pero se resume en Carlos Corredor y el apoyo evidente del Ayuntamiento de Alicante, con el alcalde a la cabeza, y la grandísima contribución imprescindible de la única María José San Román, al genial Sergio Sierra, a la tradicional y grande familia Castelló, a Perfecto Palacios (cómo echo de menos El Delfín, por favor...), a los Planelles y su Dársena, a Ferràn Arnau y la familia Arias a aquella Goleta de mis amores que echamos tanto de menos, a Ramiro de la Mascletá, al equipo de cocina de Valencia Once, y os pido perdón a todos los que sé que están, que no puedo enumerar pero estáis aquí incluidos? y desde luego a toda la provincia, desde la montaña de mis amores a la costa de Orihuela, la Marina, el interior, el Vinalopó y cada rincón que desde esta ciudad se mirán con orgullo al mundo caiga la que caiga? porque de eso no nos falta, os lo aseguro. Feliz domingo, hoy con un «negre y sepionet» celebrando?