Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desde mi terraza

Arma letal

Un buen amigo valenciano, próximo a la familia y al entorno de la recientemente fallecida senadora doña Rita Barberá, me comentaba hace unos días que la exalcaldesa de Valencia ni tenía dinero ni le importaba nada; eso sí, adoraba el poder y la popularidad (o el populismo?), y que murió con 50.000 euros en el banco y viviendo en un piso alquilado. Otro amigo, alto funcionario del ayuntamiento valenciano, me comentaba que la alcaldesa era muy soberbia, con raptos de ira y de despotismo, y que creaba un enrarecido ambiente de trabajo. En resumen, luces y sombras de un personaje clave en la historia de la capital del reino y también del Partido Popular. Y es precisamente su amor desmedido al partido lo que la ha llevado a la tumba, porque hay amores que matan. El lógico carpetazo a la causa que la llevó a sentarse en el banquillo de los acusados impedirá que conozcamos a fondo su implicación en los turbios manejos económicos del Partido Popular que provocaron su encausamiento. Lo que parece claro es que no hubo enriquecimiento personal y sí una errónea concepción de lealtad al partido: no responsable moralmente pero sí ética y políticamente, porque el fin nunca justifica los medios. Rita Barberá murió como consecuencia de los disgustos y la decepción ante el comportamiento de sus compañeros (es sabido que las alteraciones severas del ánimo se traducen en alteraciones físicas también graves) que la dejaron tirada como a una colilla, a lo que ella contribuyó empeñándose en mantener sus prerrogativas judiciales continuando como senadora cuando el partido reclamaba su abandono de la cámara alta. La actuación de su partido fue para ella un arma letal que acabó con su vida de forma tan fulminante como inesperada. La familia reaccionó pidiendo la no presencia de políticos del PP en el entierro, lo que no consiguieron porque varios de ellos, presidente del Gobierno incluido, desoyeron la petición familiar. Yo no hubiera aceptado la presencia de ninguno.

Una película, La Reina de España, sufre en la actualidad de otro ataque que, tal y como respira la taquilla, también puede serle letal. Las declaraciones de su director (hace un año!) Fernando Trueba, declarándose invadido por un sentimiento antiespañol al tiempo que recibía el Premio Nacional de Cine, que conlleva una sustanciosa cantidad económica han encendido la mecha. Y algún avispado dominador de las redes sociales sacó el tema reclamando un boicot total a la película; pues bien, parece que lo está consiguiendo. El pasado domingo asistí a la sesión de las ocho de la tarde: cuarenta personas mal contadas. ¿Pero qué nos está pasando? ¿A estas alturas no somos capaces de separar al artista de su obra? ¿Deberíamos, por discrepancias políticas, pasar de largo ante un cuadro de Picasso, no leer a Lorca o a Miguel Hernández, o no ver las películas de Luis Buñuel? Ciertamente, Trueba ha pecado de imprudente al hacer públicas sus opiniones precisamente al recibir un premio de la categoría y cuantía económica como el que nos ocupa, declaraciones como esa deben dejarse para el ámbito privado y, en todo caso, rechazar el premio con el que se nos distingue. Así se pronuncia el actor Antonio Resines, uno de los principales protagonistas de la cinta: «Si sacáramos todo de contexto acabaríamos a tiros por la calle». Una obra artística debe de ser juzgada por sí misma, y al margen de su creador; por eso me parecería muy bien que, vista la película, se la juzgue positiva o negativamente, y es en este último sentido como están respirando algunos críticos que, en mi opinión, la han visto condicionados por la polémica o con una miopía injustificable en expertos en la materia. La película no es una obra de arte, pero es una comedia inteligente y en muchos momentos divertida; amén de contar con una interpretación coral magnífica. Personalmente, me emocionó el homenaje a mi querido Paco Rabal a través del personaje encarnado por Chino Darín (en mi opinión el más flojo de la película) y un homenaje al teatro que probablemente pase desapercibido: la aparición de la actriz Gemma Cuervo con dos frases, sentada en la primera butaca del autobús de los cómicos, como era costumbre situar a la primera actriz en las giras teatrales de los años cincuenta. Lo dicho: juzguemos el arte y no al artista.

La Perla. .«Yo nunca pierdo; o gano o pienso» (Señor Sarcasmo).

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats