Pedro Zaragoza pertenece a esa casta de marineros en tierra convertidos en fabuladores a golpe de inspiración o delirio. Para el cineasta Óscar Bernácer, el desaparecido alcalde de Benidorm comparte pódium con el capitán Haddock de Hergé y con el Comandante Vasco Moscoso de Aragón, el capitán de altura que soñó su gloria y cuya gesta noveló Jorge Amado en Os velhos marinheiros. Los tres son tipos estupendos, desbordantes, apasionados, capaces de arrastrar hacia la aventura a toda una comunidad, que, en definitiva, es su público.

Esta paradoja perennemente moderna, la que cuestiona la verdad inaprensible derrotada una y otra vez por el poder instituyente de la ficción, subyace a lo largo del metraje de El hombre que embotelló el sol, el documental que reconstruye la génesis urbana y turística de Benidorm y que ayer se estrenó en Alicante.

En ella, el poder de las historias y su capacidad para hacer progresar al hombre en sus proyectos más exaltados queda reflejado de forma fehaciente gracias a la habilidad de Bernácer para jugar con los testimonios y las imágenes. El contrapunto constante de las distintas versiones de lo que ocurrió hace ahora 60 años, cuando emergió del fondo del Mediterráneo y de la imaginación de un pueblo de viejos marineros la Atlántida del ocio vacacional, permite al espectador disfrutar formando parte de la revelación, del hallazgo.

Guiados por una cámara cargada de curiosidad y un montaje, por momentos incisivo y a la vez juguetón ante lo imprevisto, exploramos, en los pliegues del tiempo y en las arrugas de los rostros, ese continente perdido y reencontrado, que actualmente sigue dando que hablar y alimentando la sed de experiencias de cientos de miles de turistas.

La productora Nakamura (Óscar Bernácer, director, Joana Martínez, guionista, y Jordi Llorca, productor ejecutivo) ha realizado un viaje de ida y vuelta de la ficción al documental y viceversa a través de dos títulos, Bikini y El hombre que embotelló el sol, y de un tercero que se anuncia por venir. En ellos se explora la dimensión fabulística de un personaje, el alcalde Pedro Zaragoza, y la consolidación de Benidorm como mito urbano. Metarrelatos de muy distinta factura, un cortometraje de ficción y un largo documental, pero que comparten protagonista y punto de vista. Ambos escenifican el proceso de representación urdido por el emprendedor alcalde para vender una ciudad inventada y crear un eficaz dispositivo imaginario que convenciera a los agentes políticos y sociales de la concreción material de la evanescente idea.

Las anécdotas, algunas de ellas tan memorables como la visita de los lapones, la exhibición de la rama de almendro en flor, el viaje en vespa al palacio de El Pardo o el sol embotellado, sirven de pretexto para plantear la cuestión central, el poder de las historias, y proclamar a la imaginación como única fuerza capaz de someter al azar.

La cinta no deja de ser un poliédrico retrato de Pedro Zaragoza, prócer franquista y rebelde modernizador, todo al mismo tiempo. También representa un reflejo de la ambivalencia de Benidorm, paraíso de la Europa menestral al tiempo que herramienta para la deriva alienante de identidades en crisis. Y es que nadie dijo que el «storytelling» sirviera para salvar el mundo. Solo permite soñarlo y venderlo. Por ello, más que una disección de la dimensión onírica y creadora, El Hombre que embotelló el sol constituye una oportunidad para reivindicar el poder de Benidorm como fuente y reflejo del espectáculo.

El imaginario invocado por el alcalde prestidigitador conserva su capacidad de embrujo y podría renovar su poder de seducción si sus sucesores apuestan por la creatividad. Show must go on. Ojalá esta buena y trabajada película sirva para alentar ensoñaciones compartidas y devolver a aquel pueblo mediterráneo, que ya es ciudad-alfa y territorio de la fantasía, la fe para seguir reinventándose. Seguro que Pedro Zaragoza estaría ya arremangado.