Hace unas semanas el hospital universitario de San Juan convocó un concurso consistente en seleccionar un relato corto sobre la violencia machista. Sin duda pretendían dar visibilidad al problema, hacer que la sociedad se interese por él y lo evite.

El tema me interesaba y coincidió con una noticia en el periódico: que con frecuencia muchos jóvenes terminaban sus juergas pagando a prostitutas por sexo, es decir las degradaban, y la imagen que tenían de la mujer era muy baja. Total que participé. Se podían enviar hasta dos relatos y con seudónimo. Los hubo muy buenos y no salí premiado, pero como los míos eran reflexiones propias las incorporo aquí y las comparto con ustedes. El primero se titula:

La violencia contra la mujer

Importa que todos sepamos qué violencia no sólo es maltratar, herir o matar, también lo es imponer, mangonear, obligar o discriminar. Y también no aceptar la igualdad de géneros ni reconocer la superioridad de la mujer en ciertos terrenos. Es real que la sociedad española debe mucho al colectivo femenino que además de contribuir con su formación y esfuerzo al engrandecimiento del país lo hace a través de procrear, educar a los hijos y sacar adelante los hogares, lo que en muchos casos, y además del trabajo fuera de casa supone, cocinar, comprar, lavar, etc..

Es de justicia reconocerle su aportación, pero esa idea se favorece poco con otorgarle valor por el sistema de cuotas, no basado en méritos o haciendo que sólo se puntúe en la mujer su figura, belleza, estilo o forma de caminar. Ellas valen mucho más y por motivos más importantes. Si lo piensa es fácil reconocer grandes mujeres en las cumbres del mundo, sean en el terreno de la política, la banca, la empresa, en infinitos tipos de trabajo, el arte, o en el terreno de las buenas obras, la generosidad o el amor. Y ello sucede en un mundo donde la mujer transita por el camino de abajo, que a la vez es el más empinado, o pindio como dicen los cántabros.

Eliminar la violencia de género no sólo favorece a la mujer, engrandece a los hombres que lo apoyan y contribuye a construir, entre todos una sociedad, un país, ciertamente mejor.

También es violencia la discriminación basada en los genitales. Yo distingo entre prostitución impuesta o elegida, como lo sería arriesgar la vida en el trabajo si eso te viene impuesto, por la necesidad y no escogido por tu deseo. Importa ser libre en todas nuestras decisiones, sea el qué comer, cóomo vestir, en qué creer, con quien relacionarse o el tipo de vida sexual que uno elige. Eso elimina violencia y nos permite aspirar a llegar más alto. Si no lo intentamos o hacemos, es nuestra decisión pero nadie nos lo impide, sino sería otra forma de violencia a eliminar. Debemos aplaudir todo intento que visualice la injusticia respecto a la violencia de género, y cambiar el mundo para que la agredida no deba realizar el gran esfuerzo de actuar frente al agresor. Es importante iniciar medidas preventivas, evitar que el hecho surja, y no actuar luego cuando el mal se hizo realidad.

Abramos puertas y ventanas, respiremos y gocemos con la vida, que para eso todos somos iguales. Podemos compartir sentimientos, afectos, amores e incluso odios. Hace siglos se habló de libertad e igualdad. Está aún no ha llegado. ¡Aceleremos su entrada!

El segundo trabajo se titula:

Las salidas las eliges tú

Érase un médico mayor al que le interesaba el tema, supo del concurso y quiso participar. Creía que esa violencia era mucho más que verbal o física. Años antes, a su esposa el director de la empresa en la que trabajaba le había hecho mobbing, que fue otra forma de violencia de género. Era feliz de vivir en España y ahora, porque recordaba que cuando era un niño, si un esposo violento agredía a su mujer lo único que esta podía hacer era, para que no se enteraran los vecinos, cerrar las ventanas, tampoco podía abrir cuentas en los bancos o separarse de su esposo. Está ahora de moda el tema de los burkinis. Ahí la violencia, aunque es menos abierta, consigue que la mujer se sienta bien con que la dejen llevarlo en las playas; otras culturas no se lo permiten, les obligaban a caminar co el rostro cubierto, a hacerlo a varios pasos detrás del hombre, otros deciden con quien debe casarse y si contraria la norma puede ser lapidada o ejecutada.

El autor nunca atendió a mujeres traumatizadas por violencia machista, pero vivía en una sociedad con otros rasgos menos evidentes: cuando una médica joven haciéndose especialista atendía a un enfermo, este no la consideraba galeno. Cuán grande era su ignorancia, no sabía qué más del 70% de los médicos son ahora mujeres, y de cualquier especialidad, incluso urólogos, algo que parecía increíble o imposible pocos años atrás. También existe violencia en organizaciones que no admiten mujeres en sus cargos, como ciertas iglesias y es curioso que algunos recuerdan que en el pasado las hubo en lo más alto, por ejemplo una papisa, Juana; el pontífice actual intenta abrirles camino, empezando en el diaconado.

Les cuento algunas historias para que elijan el final que más le guste:

Laura, con dieciocho años, se ha enamorado de un joven que revisa sus mensajes de móvil, es mandón y controlador. Tienen dos opciones: romper, lo que le dolería, o seguir y acabar sufriendo más violencia.

Rosa lleva años soportando a su marido que es agresivo, geniudo y bebedor. Desde que quedó sin empleo bebe más y empezó a golpearla. Si sigue puede que acabe matándola, o denunciarle y conseguir una orden de alejamiento.

Sin duda estas historias son caricaturas de solución fácil. Sé que la vida no es así, vivir es maravilloso pero complejo. Nuestra sociedad pone la solución en sus manos, que denuncie. Sueño con un país en el que los hombres no aceptemos convivir con otros que practiquen esas formas de violencia.

(*) Jaime Merino es médico del Hospital de Sant Joan.