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Desde mi terraza

La dignidad

La Real Academia de la Lengua define la dignidad, entre otras acepciones, como «Respeto y estima que una persona tiene de sí misma y merece que se lo tengan los demás». Y traigo el tema a esta columna porque en los últimos días la dignidad humana se ha visto afectada por dos sucesos lamentables: por un lado, la muerte de una mujer en la localidad de Reus tras incendiarse su domicilio por una vela con la que se iluminaba, al haberle sido cortado el suministro eléctrico por falta de pago; por otro, la situación personal del actor Carlos Olalla, en paro desde hace mucho tiempo, que intenta sobrevivir recitando poemas en los andenes del metro madrileño, al tiempo que muestra su protesta por el momento teatral español. Son dos ejemplos contundentes sobre el atentado a la dignidad que todo ser humano merece. Que a estas alturas se despierte la conciencia colectiva sobre la pobreza energética y sus consecuencias, no deja de ser lamentable porque demuestra el grado de resignación a que han (o hemos) llegado los españoles; y este caso no es sino el resultado de los recortes del gobierno de los últimos años, unido a la insensibilidad inadmisible de las empresas suministradoras de algo tan necesario como la electricidad, el agua o el gas. Ahora ha saltado a los medios un hecho puntual, pero este hecho no es más que la punta de un iceberg seguramente existente en la población española que, a gran escala, enferma o muere como consecuencia de verse obligado a vivir una vida inhumana. Y el comportamiento del citado actor Carlos Olalla que, acompañado de su madre, la escritora Cristina Maristany, recita poesía en el metro porque no tienen dinero para comer, es un ejemplo de dignidad. Para ambos, madre e hijo, lo que hacen es compartir una reivindicación: «Estamos aquí para leeros unos poemas porque estamos en paro como la mayoría de nuestros compañeros de profesión, y queremos reivindicar algo que nos afecta a todos: que en este país los artistas puedan vivir de su trabajo». Según las estadísticas, sólo ocho de cada cien actores pueden vivir de su profesión; el 57% de los artistas no consiguen trabajar en lo suyo, y de los que trabajan, más de la mitad no superan los 3.000 euros de ingresos al año. «Creo que lo que estamos haciendo es algo muy digno, y refleja la situación por la que pasamos la mayoría de actores y actrices», dice. «En nuestra hambre y en nuestra dignidad mandamos nosotros, no ellos; y la dignidad es lo único que nos queda». Otra punta de iceberg, puesto que la legión de jóvenes (y no tan jóvenes) que se desplazan esencialmente a Madrid para llevar a cabo su vocación, sobreviven con pequeños trabajos ajenos a la profesión elegida. Olalla es un correcto actor al que hemos visto en infinidad de series televisivas y en películas como actor de reparto (no me gusta emplear el término «secundario»), que ha decidido hacer pública su situación, que como ya he dicho está generalizada en la profesión de actor. Y es que desde el año 2012, en que se impuso el IVA cultural del 21% (hasta entonces se aplicaba el 8%) la quiebra de las empresas teatrales y cinematográficas ha sido continua; y las perspectivas del nuevo gobierno que, con sus pactos y declaraciones presagiaban un cambio en este tema, no se nos presentan esperanzadoras. Es casi demencial que, por ejemplo, al precio de los pañales, de las entradas de cine y teatro, y de otros espectáculos, se les aplique el mismo IVA que a la compra de un coche de lujo. Las enclenques industrias artísticas no levantarán cabeza hasta que se corrija, entre otras, la anomalía de considerar la cultura como un artículo de lujo. ¿Habrá que llegar a la no deseable huelga general del sector para que el ministro Montoro abra los ojos? Quienes llevamos toda la vida luchando por una cultura que sirva para, al tiempo de fomentar la reflexión y el pensamiento, hacer más feliz a la gente, ya estamos hartos de elevar la voz para terminar resignándonos. Ciertamente es más importante un hospital o una escuela que un teatro, pero los tres son necesarios.

La Perla. «La dignidad tiene un precio muy alto, y los dignos no aceptamos rebajas» (popular).

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