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Desde mi terraza

Saudade

El pasado domingo salí del cine pasadas las diez de la noche. Y me encontré con una ciudad solitaria; solo los músicos y técnicos del grupo de Coque Malla, que acaba de actuar en el Teatro Principal, abandonaban el recinto por la salida de artistas de la desértica zona; algún coche silencioso y una señora paseando al perro fueron mis compañeros hasta llegar a una Rambla también desértica, con sus faroles fernandinos cuya luz amarillenta, entorpecida por las ramas de los árboles, producían un efecto fantasmagórico. Ya en esa calle principal encuentro a una amiga que se dirigía presurosa a su casa, tras la inevitable (y dura) jornada haciendo de canguro de su nieta, nueva profesión no remunerada de los abnegados padres jubilados. Alicante se me presentó como una ciudad antagónica a la del sábado noche, inundada de grupos de gente que, o bien se retiraban del «tardeo», última moda de los treintañeros, o iniciaban la fiebre del sábado noche. Alicante, ciudad en calma. Acababa de ver una estupenda película, El ciudadano ilustre, tan divertida como amarga, en la que se pone en solfa la fama y la notoriedad con sus efectos nocivos, tan alejados de lo que se supone debería traer esas circunstancias. La película y la ciudad me sumieron en una profunda saudade, palabra muy empleada en gallego y en portugués, de muy difícil traducción; ni es tristeza, ni es nostalgia: es saudade, un estado de ánimo muy concreto que se transformó en cotidianidad en cuanto al llegar a casa conecté el televisor para ver y escuchar las interesantes audacias periodísticas de Jordi Évole. Era prácticamente el final de una semana repleta de emociones contradictorias, entre inquietantes y tristes; y una alegre, como fue la celebración del 50 aniversario de la boda de unos entrañables amigos que son pilar fundamental en mi vida. El inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones de los Estados Unidos de América supone una incógnita para el mundo; las muertes de dos personalidades de la cultura, el español Francisco Nieva, dramaturgo, escenógrafo imaginativo, barroco hasta en su forma de vida, y el canadiense Leonard Cohen, músico y poeta sensible, dejan un poco más huérfano al universo literario, poético y musical; las luces de la cultura se van apagando como consecuencia de una inexorable ley de vida, que no por ser lógica deja de ser desoladora. Ambos dijeron o cantaron verdades y ficciones, ambos dejaron su huella creativa que no desaparecerá nunca porque ese es el valor del arte, que sobrevive a sus protagonistas para consuelo y ayuda de la humanidad. Y en cuanto al pintoresco nuevo presidente de los USA, no creo que sea tan fiero el león como lo pintan; la responsabilidad de convertirse en el primer líder mundial debe tenerle «acojonado», a pesar de sus bravuconadas. Sí que provoca cierta inquietud el nombramiento de sus consejeros y asesores, la mayoría de ellos practicantes de un conservadurismo radical que puede tener influencia en sus decisiones. Pero Mr. Trump, a pesar de su comportamiento de patán, parece un hombre listo (no sé si inteligente) que se verá obligado a meditar sus decisiones porque afectan al mundo entero. Y no creo que sea nunca un «ciudadano ilustre» como el protagonista de la película que no dudo en recomendarles, porque es la plasmación exacta de la «feria de las vanidades» frente a la realidad de la elemental crueldad de un pequeño pueblo argentino, que bien podría ser español. Con un estado de ánimo realista, alejado de connotaciones literarias, arranco una semana que nunca preveo anodina porque «el vicio de pensar» me acompaña siempre. La saudade es, por fortuna, un estado de ánimo pasajero. Uno más.

La Perla. «Después de la verdad, no hay nada más bello que la ficción» (Antonio Machado)

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