El pasado sábado se abría la temporada en la Plaza México del DF azteca. A las 00:00 (hora española), rompían el paseíllo Eulalio López «Zotoluco», José Mari Manzanares y Alejandro Talavante para dar cuenta de un encierro de Bernaldo Quirós que se encargó de echar al traste casi al completo las buenas intenciones de la terna. Ganado sin mezclas con la moderna sangre brava española, o lo que viene a ser lo mismo, sangre brava mexicana en estado puro. Y aunque a la fiesta en el país centroamericano le hacen falta los triunfos de toros y toreros como agua de mayo, lo cierto es que el sexteto de astados lució mansedumbre a raudales. Tardos en embestir la mayoría, rajados mediada la lidia todos, hilvanar faena constituyó casi un milagro. Menos de medio aforo cubierto que, junto al juego y presentación del ganado, deben invitar a la reflexión.

Y sin embargo, el torero alicantino se entretuvo en ligar varias tandas por ambas manos ante el cárdeno que salió en quinto lugar que rezumaron una exquisitez absoluta. Los años de madurez no han restado una pizca de técnica y eficacia lidiadora a José Mari y sí le han dado, en cambio, un poso y un paladar que ahondan mucho más en la brillantez de la obra que su natural elegancia. Salvadas las primeras tandas para tomar las distancias correctas y enseñar el camino de la ligazón al abanto astado, Manzanares tejió series al natural de orfebrería más que bella. Sin alcanzar las mismas cotas con la diestra, también surgieron por ese lado pasajes bellísimos y algún pase de pecho largo y rematado. La revelación primaveral de la zocata en Madrid sentada y asentada en el otoño de Tenochtitlán. Lástima que la estocada le cayera demasiado baja y el premio quedara en una solitaria oreja, la primera de esta nueva temporada mexicana con nuevos empresarios que quiere reverdecer laureles pretéritos.

Casi nada pudo extraer el hijo del maestro Manzanares ante su primero, remiso a la embestida hasta la saciedad. Como todos sus hermanos, se acabó rajando a la tercera tanda. A este sí lo mató de un estupendo espadazo.

El extremeño Alejandro Talavante apenas pudo dejar algunos naturales meritorios ante sus dos oponentes, que se acobardaron muy pronto y le obligaron a intentar extraer agua del pozo de las cercanías a las tablas, donde todo se vuelve mucho más difícil.