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Desde mi terraza

100 metros

¡Qué placer escuchar y ver a «mi» Concha Velasco convertida en la Reina Juana de Castilla, más conocida como Juana la loca, en el escenario del Teatro Principal. La noche del martes se repitió la ceremonia mágica de un teatro que, a pesar de ser la noche más fría del otoño, reunió a cientos de personas aplaudiendo en pie a esta señorita de Valladolid. Reina Juana es una obra discursiva, casi una lección de historia del director del Centro Dramático Nacional Ernesto Caballero; gracias a la sabiduría de un director como Gerardo Vera que con unas cuántas pinceladas y una magnífica iluminación de nuestro paisano Juanjo Llorens, consigue crear una estructura teatral de algo que bien podía haber sido una simple lectura. Pero Concha, con su dicción perfecta, con su sosegado dominio del escenario que ya no tiene secretos para ella, nos presenta a una mujer enérgica y nada resignada ante su reclusión durante muchos años por obra y gracia de sus hombre más queridos: su esposo Felipe El Hermoso y su padre Fernando de Aragón. La hormiguita Concha Velasco se ha caracterizado en su ya larga trayectoria profesional por ser la reina de la constancia, y éste es uno de sus grandes logros teatrales. Su ambición perfeccionista y su fuerza de voluntad no tiene límites y su Juana, como hace pocos años se Hécuba, son el premio a su constancia y voluntad.

Y es precisamente del empeño por conseguir una meta de lo que quería hablarles hoy. La visión de una peliculita como 100 metros, de la que es responsable un catalán de 35 años, Marcel Barrena, director, guionista y montador de cine, que con solo tres películas en su haber como director conoce perfectamente los entresijos cinematográficos. Y su primer acierto es, en este caso, haber elegido con descaro a un dúo que, no por repetirse continuamente a sí mismos deja de ser eficaz; Dani Rovira y Karra Elejalde vuelven a conmovernos. La película narra la peripecia vital real de un hombre que se propuso convivir con una enfermedad como la esclerosis múltiple; ya muy deteriorado se impone el reto de correr al menos 100 metros en un año, pero lo que consigue es mucho más: participar en la maratón más dura del planeta en la que queda el último porque emplea nada menos que 17 horas en alcanzar la meta. Pero lo consigue. La película es, desde el principio, previsible porque narra una historia real; pero aunque fuera solo ficción es, además de previsible, sensiblera, tramposa, lacrimógena y en cierto modo poco creíble.

Pero mire por donde la «peli» es, también, emotiva, emocionante, sensible, ágil y sin que decaiga su ritmo a pesar de sus casi dos horas de duración; Dani y Karra demuestran de nuevo su gran nivel actoral, su sinceridad que llega al espectador; la joven Alexandra Jiménez trasmite la serenidad imprescindible en la historia, y la portuguesa (maravillosa) María de Medeiros tiene una aparición espectacular. Estamos ante una película humilde que, sin demasiadas pretensiones salvo destacar el valor de la fuerza de la voluntad, puede alcanzar metas inimaginables y convertirse en un éxito inesperado. Sea como fuere su futuro, lo cierto es que sale uno del cine reconciliado con la vida e imbuído de un positivismo que resulta gratificante en unos momentos en el que el mundo es un caos. Si se quiere, todos podemos llegar a correr 100 metros.

P. D. Hoy, un miércoles de noviembre del año 2016, me despierta la radio para comunicarme que millones de norteamericanos han apostado por cuatro años reivindicativos del orgullo USA, de la potenciación del uso de las armas, de la exaltación de los veteranos de sus guerras asoladoras, del mantenimiento de la pena de muerte, de un conservadurismo rancio y anacrónico. La perplejidad invade a medio mundo que, al contrario, mira el futuro con temor; la desconfianza ante una forma de gobierno resabiada ha hecho inclinarse la balanza hacia la exaltación de los valores patrióticos. Los Estados Unidos de América están divididos en dos partes antagónicas. Pero hoy, la Estatua de la Libertad llora.

La Perla. «Solo aquellos que se arriesgan yendo lejos pueden descubrir lo lejos que pueden llegar» (T.S. Eliot, poeta y dramaturgo norteamericano).

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