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Desde mi terraza

Los muertos

Escribo mi artículo después de un paseo por la Playa de San Juan en un increíblemente luminoso y apacible Día de Todos los Santos. Recuerdo que hace unos cuántos años este día era el primero en vestir casi de invierno, con chaqueta y jersey; para ir al cementerio nos llevaban «endomingados», y porque además ya empezaba a percibirse ese invierno suave alicantino que hoy brilla por su ausencia. Mi madre ponía en la casa unos vasitos con aceite y una llamada «palomita», que era un pequeño círculo de papel con una mecha a la que se prendía fuego y permanecía encendida todo el día y la noche, en recuerdo de los difuntos de la familia. Hoy el tiempo es veraniego y las palomitas son historia. Como el lector sabe este día se asocia a los muertos, con celebraciones de lo más dispares en diferentes países del mundo, destacando México con sus alegres bacanales de comida al pie de las tumbas. La influencia yanqui se ha instalado con la celebración, también en España, de la fiesta de Halloween; antes lo típico era comer Huesos de Santo, panellets en Cataluña, y a los que se ha añadido hoy los buñuelos de crema, nata o chocolate. Asistir o ver en la tele la representación de Don Juan Tenorio era lo más típico. La tradición española, herencia del barroco y cargada de simbolismo hacia los «fieles difuntos» ha dado paso a la absurda mascarada más propia del Carnaval que de una celebración respetuosa en memoria de nuestros muertos. La citada obra de Zorrilla es sin duda una de las más populares del repertorio español, a pesar de tener menos calidad literaria (según los eruditos) que El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, en la que se basó el conocido dramaturgo y poeta vallisoletano del siglo XIX, uno de los máximos representantes del movimiento romántico español. Personalmente soy un defensor del Tenorio; a pesar de sus ripios, de su verso facilón y de sus excesos escénicos, me parece un prodigio en su estructura teatral, lo que también me sucede con La venganza de Don Mendo de don Pedro Muñoz Seca, una inteligente astracanada que resiste asombrosamente bien el paso del tiempo. Las dos obras fueron piedra de toque y reto para los primeros actores y actrices de nuestro teatro, y son, seguramente, las más populares y representadas de las historia del teatro español junto a (en otra línea) El Alcalde de Zalamea y Fuenteovejuna. En Alicante hubo unos años en que las conocidas como «huestes de D. Tomás Valcárcel», el recordado alicantino de Torrevieja, huestes formadas por personas muy conocidas de la sociedad alicantina y siempre con fines benéficos, se representaba El Tenorio en el Teatro Principal, con asombrosos resultados artísticos en cuanto a la interpretación de los actores, y que yo personalizaría en Leo López Campos, en sus magníficas creaciones del personaje de «la Brígida». A pesar de los excesos de D. Tomás, que también es muy recordado en el mundo de las Hogueras (Les Fogueres, para que no se enfade nadie) por su incansable labor para realzar nuestras fiestas locales, incluida la Semana Santa ( ¡y bien que lo consiguió!), personalmente creo que Don Juan Tenorio debería ser repuesta con más frecuencia en los escenarios españoles, por seguir la tradición y porque, digan lo que digan los expertos, es una obra de teatro redonda. La tradición de recordar a los difuntos sigue viva en el acervo popular, con el añadido de que en España existen cementerios de un grandísimo valor artístico, y que son visitados durante todo el año porque verdaderamente componen un importante reclamo turístico. Y es una lástima que el culto a los muertos se asocie al miedo, por obra y gracia de la literatura y el cine. Los muertos que formaron parte de nuestra vida no inspiran temor alguno porque siguen formando parte de ella.

La Perla. «Aquí yaces, y yaces bien; tu descansas y yo también. Tu esposa» (inscripción en una lápida del cementerio de Valencia).

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