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Opinión

Achaques

Efectivamente, más tarde o más temprano los achaques físicos aparecen porque nuestro cuerpo es como la maquinaria de un reloj, con el tiempo se va deteriorando; pero para eso hay relojeros, como me dijo un médico. Pero hay otros achaques más difíciles de reparar, y me refiero a los achaques emocionales que terminan teniendo repercusiones físicas. Por eso es tan importante cuidar lo que se conoce como «educación emocional». En los últimos días me vi aquejado por lo que yo denomino «ataques emocionales positivos»; todo empezó al ver por televisión a Núria Espert recibiendo el Premio Princesa de Asturias, que agradeció recitando unos versos de Doña Rosita la soltera, una de las obras más sensibles de García Lorca. Superando los ochenta años, Núria (con su cara ya marcada, con su pelo blanco) se mostró con más luz, si cabe, que cuando lucía larga melena negra, más bella aún que en los tiempos en que Rafael Alberti la requería al grito de «¡Gitana!» Como a todos los que vimos la ceremonia, a los Reyes de España les brillaban los ojos, incapaces de sustraerse a la emoción que transmitía la actriz que vació su maleta llena de tantos personajes a los que dio vida durante sesenta años. Unos días más tarde me vi sumergido en la atmósfera de Chejov, el inmortal autor ruso cuyas obras son como un iceberg, del que solo se ve la tercera parte porque las otras dos están bajo el agua, por obra y gracia de la Compañía Guindalera que dirige nuestro paisano Juan Pastor; el mundo de las Tres hermanas, con su conformismo en lucha con unas irreprimibles deseos de cambio, de libertad, conmueve por su realismo poético maravillosamente expresado por una interpretación coral. Y el martes salí del Principal como si me hubiera aplicado un «chute» de algún poderoso estimulante, contagiado por la fuerza de los saltos, de los inmensos abrazos al aire de los jovencísimos bailarines del Ballet Nacional Joven de Holanda. Les aseguro que en todos esos momentos mágicos se me olvidaron los achaques, por mucho que encerraran una reflexión incuestionable: la consciencia del paso del tiempo. Miss Espert (como la llamaba Glenda Jackson antes de conocerla) ya no es la misma que yo conocí el 23 de noviembre de 1975, cuando coincidimos en el salón de un hotel en Murcia mientras presenciábamos el entierro de Franco; hoy es un ser humano mucho más importante. La cita para la representación de la obra de Chejov me puso cara a cara con mi ya lejana juventud al encontrar a tantos amigos y compañeros que no veía desde cuarenta años atrás, a pesar de ser Alicante una ciudad tan pequeña. Y los saltos de los veinteañeros bailarines holandeses me enfrentaron a mi imagen haciendo ejercicios en el agua de la piscina del gimnasio, una imagen que no tengo por qué considerar patética. La realidad del hoy no es cruel; simplemente «es». Y mientras podamos ir reparando piezas de la maquinaria, incluso sustituyendo alguna como en mi caso, la vida sigue. Porque siempre que la vida no nos castigue con una enfermedad mortal, con una afección que suponga un deterioro de por vida, o con una situación de dependencia, se puede y se debe vivir con los achaques puestos y sin considerar una tragedia tener que levantarse una o dos veces cada noche para pasear la próstata, gráfica expresión de mi amigo Mario Serra. Ser consciente del momento en que se vive es una muestra de inteligencia, que solo se consigue con la citada educación emocional que nos conduzca a una serena vejez sin aspavientos.

La Perla. «No te rindas, por favor no cedas; aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños» (Mario Benedetti).

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