Hace más de una década visité a Juan Bautista Sanchis en su vivienda de la calle San Vicente. Andaba investigando sobre las iglesias de Francisco Muñoz para una tesina. Muñoz, don Paco, tuvo a Sanchis como mano derecha de su prolífico estudio por décadas y delegó en él numerosos detalles artísticos de los proyectos, especialmente en el caso de los templos. Sanchis tenía inclinación al numen e instinto para la creación. Don Paco lo sabía y le dejaba hacer.

Aquel hombre estricto, de lentes de montura gruesa y cabeza de busto romano, que falleció ayer a los 85 años, me atendió con amabilidad comprometida. Noté de inmediato que la búsqueda de conocimiento activaba su empatía. Me facilitó información a raudales.

Además de datos y testimonios, pude consultar antiguas revistas especializadas de arte, perfectamente ordenadas y clasificadas, que revelaban una pulsión por estar al corriente de las tendencias en pensamiento y creación. Particularmente, me llamó la atención la presencia de una completa colección de la revista ARA (Arte Religioso Actual), una publicación culta y de culto dirigida por el inclasificable Padre Aguilar, que durante años abanderó la reflexión sobre las relaciones entre arte y espiritualidad.

Pero Sanchis era más que una buena fuente. Era una isla pétrea que emergía en la superficialidad del horizonte intelectual alicantino. Culto, riguroso, sensible y trabajador, su ejemplaridad nacía de una vocación más inclinada al hacer que al decir. Al escucharle, resultaba evidente que había detrás de cada uno de sus actos una determinación anclada en profundas convicciones y un artista con una energía creativa que se expandía a lo largo y ancho de su quehacer.

El tiempo nos volvió a reunir en numerosas ocasiones. Con motivo de la exposición antológica que le dedicó la CAM, cuando realizó un site-specific en el Club INFORMACIÓN o para presentar una de sus obras en el Mubag, dentro del ciclo Descubre una obra de arte.

Para entonces, Juan Bautista Sanchis, ya octogenario, se había convertido en una figura de autoridad. No por la gloria artística, que siempre le fue injustamente esquiva, sino por la tremenda fuerza creadora que desprendía su obra y por la honestidad consecuente que exudaban sus consideraciones sobre arte.

Aquella coherencia implacable y la fidelidad inquebrantable hacia el arte como libre expresión del individuo, hundían sus raíces en una biografía marcada por el tesón y la responsabilidad. Hijo de cigarrera y mecánico de la fábrica de tabacos, no es extraño que su divisa fuera el trabajo. Con 14 años, Juan Bautista Sanchis siguió los pasos de su padre en un taller próximo a la estación de Murcia, donde se desplazaba andando todos los días desde el hogar familiar de la calle Capitán Rueda, cerca de Campoamor.

Su afición al dibujo le llevó a ingresar con 18 años en el estudio del arquitecto Francisco Muñoz, donde pronto se convirtió en jefe y en el que permaneció durante 40 años. Allí se forjó una reputación de hombre riguroso, con una mano sorprendente que alumbraba perspectivas de edificios convertidas en reclamo del incipiente negocio inmobiliario.

La complicidad de Muñoz y su capacidad para robar horas al sueño e ignorar festivos y distracciones dio origen a una prolífica labor en la que se entreveraba el diseño, el interiorismo y las artes plásticas. «Las carreras aparecieron cuando ya estaba ejerciendo. Tuve que examinarme en Madrid para obtener el título de arquitecto de interiores», contaba. De aquel ímpetu creativo y de la pujanza de un emergente sector inmobiliario nacieron un puñado de obras emblemáticas del Alicante moderno de los años 60, 70 y 80.

Los aires cosmopolitas de las cafeterías San Remo, Riviera o Miami llevaban la firma de Sanchis, al igual que el mítico patio de operaciones de la sede central de la CAM, con su lucernario y sus cultivos hidropónicos. Esculturas ubicadas en espacios públicos, murales en zaguanes de hoteles y en inmuebles residenciales, vidrieras en iglesias, como Santa Isabel o Babel, dejan testimonio de aquella mezcla de talento, independencia y estajanovismo.

Su despliegue estético no conocía fronteras. Cartelista galardonado, promotor de hogueras experimentales, premio nacional por el diseño de una mesa de oficina, autor de la ilustración de los números de los ciegos repartida con INFORMACIÓN, incansablemente reproducida y que hoy todavía cuelga en muchas casas, y autor de libros ilustrados con una figuración de aires surrealistas. El Apocalipsis, El Quijote o el mundo del circo fueron pasto de sus ensoñaciones de tinta.

En medio de este abanico de expresiones creativas, su obra pictórica destaca con una solidez y consistencia intachables. Abstracción, color, movimiento ascendente, materia y formas volumétricas, todo ello al servicio de una energía visual indisolublemente conectada con su personalidad. Juan Bautista Sanchis habitó desde la libertad personal el universo de la pintura. Y allí ha quedado para siempre.