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Adrián y los enfermos

Adrián y los enfermos

La semana que se acaba ha traído consigo una muestra más de la deriva a la que viene llevando esa nueva religión conocida como animalismo. De nuevo la misma canción que cada vez que un torero recibe una cornada o, como tristemente ocurrió con Víctor Barrio, un astado se lleva su vida. La necedad y la podredumbre humana puede llegar a extremos insondables, y la nueva sociedad de la comunicación, esa que vive entre bytes y redes sociales, tiene a golpe de smartphone la posibilidad de echarle mierda a la raza humana como el «Prestige» cubrió de chapapote las bellas costas gallegas. Aún está por dilucidar por qué los otros medios de comunicación, los «clásicos», buscan en esas redes «insociales» de internet lo peor de la basura humanoide para convertirla en portada de periódicos, boletines radiofónicos y telediarios. No deja de convertirse en el anzuelo de los necios: escribir una burrada amparado en el anonimato y obtener la fama más allá del trending topic. Todo un absurdo.

Le ha tocado en esta ocasión a Adrián, ese niño valenciano de gafas de pasta e ilusión arrolladora, centrar los improperios del reich animalista. Los imbéciles no descansan, y las portadas siguen siendo para ellos. Ya no se trata de poner al animal (no a todos, solo a algunos) al mismo nivel que las personas; ya no indigna la hipocresía de la sensiblería barata; ya no quema la estupidez del absurdo elevado a la categoría de proposición no de ley. Desear la muerte de un niño porque ha recibido el homenaje de sus héroes en un espectáculo legal respetado por muchos para dotar de dinero a un hospital que trata a muchos menores enfermos de cáncer se antoja, cuanto menos, como enfermizo. Sí, esta sociedad está enferma y pierde el sentido de la evolución por los cuatro costados. El festival de marras tuvo lugar el pasado domingo, y el lunes nos despertamos con los tuits no ya de la discordia, sino del estupor. Pensar que uno comparte con esos sujetos no solo raza y estirpe, sino nacionalidad y vecindario, que paga impuestos para que esos interfectos puedan disfrutar de derechos y servicios sociales como los de cualquier otra persona de buena voluntad, poco menos que provoca náusea mental.

Y es que el animalismo, como cualquier otro fanatismo, esconde tras los mimos a las mascotas lo peor del género humano: el odio hacia sus semejantes. La presidenta de PACMA, Silvia Barquero, esa que no come huevos porque al verlos siente el sufrimiento de la gallina, ha respondido a quienes le pedían una condena ante el atentado hacia Adrián como lo hacía Otegui cuando ETA asesinaba. Pero qué se puede esperar de la cabeza visible de un partido que centra sus miradas en la vallas contra los refugiados en Europa no por las personas, sino por los osos, los lobos y los linces que puedan verse afectados; que no clama contra el desahucio de familias, sino de gatos; que pretende quitarle el trabajo a los caleseros en Sevilla y, por tanto, la supervivencia a los caballos que tiran de esos carros; que antepone el bienestar de los ratones a la ciencia que puede curar enfermedades en humanos; que aboga claramente por acabar con el consumo de carne y pescado; que condena y conmemora la muerte de un perro al que se sacrificó en bien de la salud pública... Y que han estado a puntito de obtener un escaño en el congreso. Que no se nos olvide.

España está dejando de ser un país para humanos. La modernidad se mide según los «derechos» de los animales. Salvar al toro de la Vega se convierte en objetivo principal por encima de luchar contra las lacras sociales que nos acucian. El dinero público de Alicante se gasta en salvar a gatitos y acabar con las ratas, en una metáfora de ricos y pobres que nos retrata como sociedad. Debemos procurar larga y cómoda vida a nuestras mascotas mientras olvidamos en el geriátrico a nuestros mayores. Y un niño no puede admirar a sus héroes y darnos todo un ejemplo de lucha por la vida porque se le inmola en esa dimensión internauta de redes estúpidas. Que paren el mundo, porque yo me bajo.

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