La polémica está servida desde el minuto uno. ¿Merece Bob Dylan, un «cantante», el premio Nobel de Literatura? Vaya por delante que mi respuesta es un sí rotundo. Veamos, ayer empezaron las críticas y la discusión se prolongará largo y tendido hasta el día de la ceremonia en el Ayuntamiento de Estocolmo, cuando el laureado tal vez ni se acerque a recoger el galardón, lo que sería objeto de una nueva polémica, algo que no sorprenderá a sus seguidores. Los que se oponen al Nobel a Dylan, que son legión, no consideran al premiado un escritor, sino un mero cantante, y obvian que las canciones que escribe pueden contener la misma o más poesía y literatura que la obras completas de un escritor de relumbrón. No se trata de si Murakami, Adonis o Roth son mejores, ni de si nos gustan más, se trata de si la obra de Dylan merece un reconocimiento por su valor literario o no. ¿Por qué seguimos empeñados en otorgar más pedigrí al Aullido de Allen Ginsberg que a Desolation Row, por ejemplo? ¿Porque el primero nació como un poema y el segundo es una canción folk? ¿Todavía perdura lo de alta y baja cultura? Parece que de nada nos sirvió leer a Umberto Eco.

El mundo de las letras está lleno de telarañas pero lo peor es que el endiosamiento de los grandes nombres acabe por contagiar a sus admiradores. Que tenga que ser una veintena de respetables críticos suecos de cierta edad los que justifiquen el premio al bardo de Minnesota y que las redes se llenen de rechazo tiene su aquel. El fallo de la Academia Sueca era previsible desde hace varios años y lo de Dylan cuestión de esperar: los académicos han dado pistas desde hace unos años de su interpretación de los tiempos al premiar el teatro surrealista y político o el periodismo literario. Celebro que los suecos vayan por delante de muchos modernos, para quienes solo la prosa, en particular la novela, y la poesía merecen el calificativo de literario. Haciendo un paralelismo, el mundo del arte va muy por delante: se abrió a la fotografía, el videoarte, el land art, la performance, el cómic o el grafiti como expresiones artísticas. Hoy, y desde hace décadas, hay literatura más allá de los formatos clásicos: en el rock, en el rap, en un post, un sms, una entrada de Facebook o un haiku, que no por pequeño no tendría derecho al altar literario.

Dylan cumple sobradamente las dos condiciones no escritas de los nobel. Una obra con voz propia, original y, no lo olvidemos, encardinada a un país, por eso lo ganaron García Márquez, Vargas Llosa o Cela, y no lo ganará el anglófilo Javier Marías. Dylan es tan americano como las hamburguesas, pero universal al tiempo. La elección de sus temas, su escritura y su interpretación fueron rupturistas y han marcado a varias generaciones. Su influencia sobre músicos, escritores, cineastas... es inmensa y la belleza y capacidad de evocación de sus textos es comparable a la de un buen puñado de tótems norteamericanos que posiblemente se vayan al otro mundo sin la gloria universal. Pero en fin, no hagan caso a este plumilla porque es un sospecho dylanita y anoche lo celebró escuchando/leyendo/viendo Bob Dylan Revisited: 13 canciones míticas adaptadas por 13 autores de cómic, por si alguien alberga dudas del poder metafórico de Dylan. Y si les interesa pero les cuesta entrar en la obra del tipo más huraño del rock, lean por favor al alicantino Juan J. Vicedo, autor de Escuchando a Dylan, el primer libro en español que desgrana todas sus canciones, unas 500, y comprobarán por qué leer a Bob Dylan es escuchar un montón de imágenes.