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Desde mi terraza

De la lluvia y otras veleidades

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Cuando el público se puso en pie gritando ¡Bravo! creí que estaba en tiempos pasados aunque en el mismo teatro. Pero al mirar hacia atrás comprobé que ese público entusiasmado solo llenaba la mitad de la platea del Teatro Principal, en una calurosa noche de sábado del incipiente otoño actual. La catarsis que se produjo entre el escenario y el público tras la batalla actoral de la obra Lluvia constante, fue de las que hacen época. Sergio Peris-Mencheta y Roberto Álamo demostraron una vez más que son dos actores de raza. Pero no son actores-estrella que, por lo visto y comprobado, son los que atraen al público alicantino al teatro; así que los esfuerzos realizados por la dirección para que esta y otras obras de peso se vean en esta ciudad, caminan hacia el fracaso. ¿Qué hacer para que los numerosos aficionados desaparecidos vuelvan al teatro? Difícil pregunta con difícil respuesta. Personalmente pienso que la respuesta se resume en una palabra: constancia. Pero ¿cómo mantener la constancia de una programación coherente y seria, como corresponde a un teatro público, si se depende en un porcentaje altísimo de la respuesta de los espectadores, de tan difícil estimación? Pues sencillamente incrementando la subvención que la propiedad del teatro asigna anualmente al emblemático Teatro Principal, el único de la ciudad con una dotación técnica muy completa y un aforo adecuado para una ciudad de tamaño medio. Es imposible mantener un recinto como éste a expensas de los ingresos de taquilla. Según mi información, el coste del mantenimiento del local supera los 500.000 euros anuales, simplemente por levantar la persiana. La propiedad aporta un total de 200.000, por lo que para no echar el cierre hay que obtener un beneficio de 300.000 euros al año. Y eso es prácticamente imposible. Se hace pues necesaria una reflexión profunda por parte del Ayuntamiento y el Banco Sabadell, propietarios del teatro, sobre el papel que debe ejercer nuestro teatro en la sociedad alicantina, desestimando la quimérica idea de que el teatro debe de ser rentable; y esta opinión es la que, por lo visto, impera. Ningún teatro público español funciona con esas premisas. Hace casi veinte años que un servidor dejó (sic) la dirección de este teatro; y que yo recuerde, disponía de un presupuesto mayor que el que actualmente cuenta el director Paco Sanguino; y lo peor es que no hay indicios de que esta anomalía se corrija, al menos en un futuro próximo. Pretender una programación de calidad manteniendo un funcionamiento económico de teatro privado, es una utopía. El Teatro Principal se encuentra en la práctica en una situación de quiebra económica, y ya es hora, ya es imprescindible que se tomen cartas en el asunto y que se libere a la dirección del teatro de la angustia de que, para subsistir, se produzca el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Todavía no he visto al alcalde presenciando ninguna función, y tengo la impresión de que no conoce a fondo la problemática a la que se enfrenta la gestión del teatro; ciertamente, los alcaldes anteriores (excepto Lassaletta y algo Ángel Luna) tampoco mostraron excesivo interés por conocer las necesidades del coliseo, lo que no supone consuelo alguno; y es más que probable que el señor Echávarri vería disminuidas sus tensiones al frente de este complicado consistorio, gobernado por tres partidos, si se sentara con frecuencia en una butaca para disfrutar pensando («deleitar aprovechando», que dijo Tirso de Molina) mientras ve una obra como Lluvia constante, y otras de las programadas. Al público perdido hay que reconquistarlo a base de insistencia en la calidad, y sin que deje de pasar por Alicante montajes de prestigio y de comprobada aceptación por parte del público; sin que ello suponga ignorar otro tipo de teatro, de investigación, con nuevas formas, porque hay espacio para todos. El Teatro Principal acaba de cumplir 170 años, desde que se inaugurara un 25 de septiembre de 1847; y ahí está viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá. Recuerde Paco Sanguino la frase con que termina una de las novelas ejemplares de Cervantes: «El cielo sabe sacar de las adversidades nuestros mayores provechos». Hay que seguir en la batalla.

La Perla. ... «No hay que olvidar el maravilloso poder del teatro, su efecto inmediato sobre el espectador. No existe instrumento mejor de propaganda» (Émile Zola)

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