El primer fotolibro de la historia lo publicó en 1843 la botánica inglesa Anna Atkins, Fotografías de las algas británicas: Impresiones Cianotipos. Más de un siglo después, este libro-objeto con el que el fotógrafo puede contar una historia a través de imágenes -y de otros elementos- se ha convertido en los últimos años en un fenómeno cada vez más extendido. Un movimiento que mezcla lo artesanal del libro de artista con el afán del fotógrafo de narrar una historia con imágenes de forma diferente y de regreso al papel en un mundo saturado de imágenes por Internet.

Ejemplo de ello es la muestra ofrecida en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante (MACA) por el Photobook Club Alicante, una agrupación de fotógrafos que se reúne mensualmente para charlar de fotografía y que este año ha celebrado la semana del fotolibro con una exposición de las propuestas de siete de ellos.

Contar un verano en tres pueblecitos del Mar Menor con fotografías «robadas» desde una bicicleta en movimiento, como ha hecho Clemente Vergara en un álbum a la antigua usanza con papel de seda; o narrar lo que se ve en el trayecto de la línea 72 del autobús parisino, que culmina en la torre Eiffel, en una encuadernación japonesa que incluye los billetes de trayectos de Javier Serrano; o las imágenes manipuladas en el móvil de Manuel Velandia, que en una caja de metacrilato guarda las impresiones digitales de su reflexión sobre cómo ha cambiado el poder en la concepción, junto a los artilugios que ha fotografiado.

Son tres ejemplos de la veintena de fotolibros expuestos por -además de los ya citados- los autores Gabriel Díaz, Jorge Lidiano, Tomás Martínez y José Carlos Robles, coordinador de este club creado hace dos años en Alicante.

Robles, que en 60x40=12 presenta un breve ensayo sobre un ejercicio fotográfico realizado en 60 minutos en un espacio de 40 metros cuadrados de la plaza Mayor de Salamanca, con 12 páginas, señala que el fotolibro «va más allá de la mera fotografía y respone a la búsqueda de nuevas formas de expresión fotográficas. Si la fotografía es una pulsión, el fotolibro es un plus» en el que el profesional cuenta una historia «recurre a técnicas artesanales y él mismo busca dar un formato original a su relato» a través de collages, textos, dibujos, poemas... «es un mundo sin límites y se puede tocar».

Se trata de obras autoeditadas y cada autor imprime el número de ejemplares que quiere. Robles, por ejemplo, ha hecho solo tres, «si los vendo tendría que poner un precio simbólico». Pero Gabriel Díaz, como otros, tiene una edición única de su Barrio, el photobook donde cuenta la historia del casco antiguo de Alicante entre los años 1992 y 2000, en blanco y negro y en una encuadernación artesanal con las imágenes analógicas originales.

«Luego he hecho 15 ejemplares numerados en imprenta, con copias y otro tipo de encuadernación que también hago yo» apunta Díaz, que señala que «es una manera de que las fotos no se te queden en el ordenador y de darlas a conocer porque yo puedo hacer una exposición al año pero mi idea ahora es sacar uno o dos libros al año, que los puedes enseñar y está claro que con un soporte físico el objeto permanece».

Tomás Martínez narra un viaje a La Algameca Chica, un rincón bohemio en Cartagena relatado como un cuaderno de viaje «confeccionado con papel de dibujo del caballo, con unos versos al principio y un epígrafe con lo que me inspiró». Es su primer fotolibro «pero haré más», asegura.

Y es que el que empieza, no para. «Yo tengo otros dos en marcha porque cuando empiezas te apetece hacer más», señala Jorge Lidiano tras concluir su libro Let's go to the beach. «Una de las virtudes del fotolibro es que no tienes que basarte en una única imagen, que a veces no lo dice todo, y se abre el campo a la creatividad», indica el autor, y Velancia coincide en que «antes se buscaba "la foto", luego llegó la serie y ahora se cuenta la historia», mientras Vergara añade que «esto nos obliga a dar otro salto, ya que haces las fotos que necesitas, tienes un relato que contar y le das el formato que quieres y, en cierto modo, volvemos al pasado en la era digital, donde hacemos miles de fotos que jamás se imprimirán».

Para un fotógrafo hoy es difícil sustraerse a Instagram y a las redes sociales y a editar su propio fotolibro, aunque lo haga por puro placer y sin móvil económico. Muchos reconocen que algo de moda hay en este boom pero «esto ha venido para quedarse mucho tiempo, es un movimiento internacional y aporta algo diferente y personal a la fotografía», concluye José Carlos Robles.