Pocos hubieran apostado un duro a que la insistencia de un joven licenciado iba a dar tantos frutos. La historia de Francisco Juan Martínez Mojica, Francis Mojica en el ámbito científico, comenzó en los 90. Al menos la historia que le ha llevado a las puertas del Nobel y que en el último año ha traspasado fronteras y ocupado titulares en revistas especializadas y prensa de todo el mundo. No llegaba a los 30 años y comenzó a estudiar en las salinas de Santa Pola la arquea Haloferax Mediterranei, un microorganismo con una tolerancia extrema a la sal.

La primera publicación fue en 1993 y en ella explicaba su descubrimiento: las bacterias poseen unos elementos en su genoma que debían cumplir una función, porque estaban muy extendidas pero nadie sabía cuál era. «A nadie le llamaba la atención», aseguraba el científico. Eso fue al principio, llegaron los primeros experimentos y en el año 2000 todo cambio, cuando «conseguimos demostrar que eran el sistema de defensa de las bacterias y eso podía aplicarse como herramienta y transferirlas a organismos vivos». Además descubrió que esa barrera se encontraba en muchos otros microorganismos y lo bautizó como SRSR. Ya en 2005, el investigador y su equipo resolvieron la incógnita afirmando que se trataba de un sistema inmunitario de las bacterias con el que se protegían de los virus. Y SRSR pasó a llamarse, de acuerdo con un grupo de científicos holandés como CRISPR (las siglas en inglés de repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas).

Sus conclusiones fueron tomando fuerza, y entre 2005 y 2007 recibió financiación estatal para su investigación. Pero el grifo se cortó en 2008, pese a que desde ese año hay congresos anuales en Estados Unidos sobre esta técnica.

El siguiente paso fue demostrar el potencial que tenía, su aplicación en genética. Eso ocurrió en 2012, cuando Emmanuelle Charpertier y Jennifer Doudna utilizaron los sistemas descubiertos por Mojica para la «edición» de genomas de manera sencilla y precisa, y manipular el ADN de lantas, animales y humanos. Precisamente esta investigación le valió a esta pareja de científicas el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en mayo de 2015.

Ese fue el punto de inflexión y el momento en el que, también gracias al reconocimiento que hizo Charpentier al tabajo de Mojica cuando agradeció el galardón, la vida del investigador de la UA cambió. Al menos la de las puertas de su laboratorio hacia fuera.

En enero de este mismo año, la prestigiosa revista Cell publicaba un artículo de Eric Steven Lander, director del Instituto Broad del MIT y Harvard y copresidente del consejo de asesores de Ciencia y Tecnología de Barak Obama, en el que destacaba la investigación del ilicitano. Después su trabajo ocupó páginas de medios tan prestigiosos como The Wall Street Journal y The New Yorker.

El pasado mes de junio, mientras recibía el premio Balmis de manos del Rotary Club de Alicante, una llamada le anunciaba que había sido merecedor del Jaime I de Investigación Básica, un reconocimiento que le llenó de orgullo al premiar una disciplina que muchas veces queda oculta.

Después dio un pasito más cuando ese mismo mes la revista Nature Microbiology publicó un avance más en la investigación: muchas bacterias tienen un mecanismo activo para evitar desarrollar ese sistema inmune.

Si el trabajo fue callado y oculto durante muchos años, parece que ha llegado la hora de Francis Mojica. Sus colegas le propusieron al Nobel de Medicina y al de Quimica. El primero se falló ayer y dejó fuera a este investigador. Mañana se dará a conocer el de Química. Pase lo que pase, este científico de la UA ya es ganador.