Dicen en los folletos turísticos de Alicante que la plaza de Gabriel Miró es «un pequeño y romántico remanso de paz en pleno casco urbano», y no exageran. Es un placer sentarse en un banco bajo las buganvillas rosas de sus pérgolas o en una de las terrazas de los bares que últimamente proliferan por la zona, escuchando el rumor del agua de la fuente de La Aguadora. Los enormes ficus y los olmos centenarios crean un ambiente de penumbra con sus gigantescas copas verdes por la que se cuelan los rayos del sol. Dos niños juegan entre los troncos de los árboles mientras un grupos de turistas siguen las explicaciones de su guía y no paran de fotografiar los rincones de la plaza, la fuente y los ficus, uno de sus mayores atractivos. De hecho, según el mapa Forestal de España, aquí se encuentra el ficus más grande del país con un diámetro en la copa que puede superar los 25 metros y una altura de siete pisos. Una pena que haya quien se ha dedicado a realizar pintadas en los troncos, pero el vandalismo tampoco ha respetado este rincón de Alicante.

La plaza de Gabriel Miró es, a juicio de muchos alicantinos, la más hermosa de la ciudad. «Es preciosa, parece que sea de otra época y que vaya a aparecer una mujer con sombrilla y traje largo» dice Marisol Rivera, una vecina que todos los días desayuna en una de las terrazas que la Concejalía de Ocupación Urbana se plantea limitar, al menos las ubicadas en la plataforma elevada que conforma la plaza.

El carácter evocador de la plaza es lógico dados los orígenes de este espacio. La de Gabriel Miró es un ejemplo de plaza romántica del siglo XIX, cuya ubicación, entre edificios de 3 y 4 plantas en su mayoría, le dan un carácter íntimo y tranquilo que no alteran ni los coches que pasan por la calle San Fernando y por Manero Mollá, ni la gente que ocupa las terrazas de los veladores de la docena de bares que hay en los bajos de los inmuebles. No siempre ha sido así. La plaza de Gabriel Miró, dedicada, obviamente, al escritor alicantino que tiene un busto en un extremo del parque, fue, desde mediados de los años 80 y hasta hace unos 15 años, un foco de delincuencia y prostitución, hasta el punto de que hay quien la llamaba «la plaza de las putas». La reconstrucción y reapertura a finales de 2011 del edificio de Correos, la instalación allí en 2005 de la sede del Colegio de Arquitectos y despachos profesionales con la restauración de muchos de los inmuebles que rodean la plaza, y la apertura de bares, restaurantes y comercios, han contribuido a la recuperación de la zona a la que también ha favorecido la realización de todo tipo de actividades, desde exhibiciones o talleres de pintores locales, a mercadillos, desfiles de moda, actos benéficos, e incluso bailes, tal como ocurrió este verano con la celebración allí de jornadas de tango y milonga.

La vieja plaza de las Barcas

Entre palomas revoloteando, el guía explica a los turistas la historia de la plaza del siglo XIX pero cuyos orígenes se remontan al siglo XVI cuando, según la crónica de Viravens, el rey Felipe II «mandó fabricar en la ciudad una casa que se tituló Del Rey, para depositar los cargamentos de sal que conducían los buques a este puerto desde las salinas de La Mata». Aquella casa estaba junto al mar y el espacio que ahora ocupa la plaza se llamaba Plaza de las Barcas. La Casa Del Rey con el tiempo pasó a ser hospital, prisión y teatro, hasta que se derribó para la construcción de la sede de Correos y Telégrafos. A mediados del siglo XIX se levantó la calle San Fernando sobre los escombros de la muralla de la ciudad y se creó la plaza trapezoidal de diseño art noveau llamada entonces de Isabel II con una balsa circular en el centro para conmemorar la llegada a Alicante de agua potable desde Sax en 1898. Allí es donde en 1918 Vicente Bañuls levantó la escultura de La Aguadora, una joven que echa agua de su cántaro sobre la figura de un fauno junto a otros elementos fantásticos.

La figura de la Aguadora tiene nombre: Susana Llaneras Rico, una joven morena de ojos azules que con 17 años posó para «la moza del cántaro», como se denominó la escultura de Bañuls en su día. El padre de Susana trabajaba en Aguas de Alicante y participó en las obras de canalización de agua. Bañuls era amigo de la familia Llaneras y logró el permiso para utilizar a la joven como modelo pese a la oposición inicial de su padre porque en la época ser modelo estaba mal visto. Susana, que falleció a los 92 años en 1992, tuvo que posar durante un año utilizando un palo porque el cántaro pesaba demasiado, tal como contaba ella misma a sus hijos y nietos que siempre se ha mostrado orgullosos de su famosa antepasada.

En su historia, la plaza ha sufrido numerosos retoques. En 1921 Juan Vidal incluyó unos bancos de piedra ya retirados y unas jardineras laterales con azulejos partidos blancos y azules del mismo estilo art noveau con influencias mediterráneas. Posteriormente, en otra reforma, el pavimento se hizo rojo y crema cambiándose las especies arbustivas e incluyendo los cinco olmos que hoy perduran y manteniendo los ficus centenarios, y en 1935 la plaza adquirió su denominación actual en honor al ilustre escritor alicantino, aunque hay quien la sigue llamando Plaza de Correos. Al fin y al cabo, el inmueble, que tras su rehabilitación de 2011 recuperó la fachada original de 1920 con sus arcos y el cartel de mosaicos de «Correos y Telégrafos» es el más emblemático de los que circundan este pequeño tesoro alicantino.