Mario Vargas Llosa describe la labor del novelista como un baile de estriptis en el que, poco a poco, conforme avanza la trama, éste se desprenda de su ropa hasta quedar desnudo. Un estado que ataca a todos o casi todo escritor cuando se enfrenta a su obra, salpicada de retazos autobiográficos.

De ahí que, en el libro Voy a llamar a las cosas por tu nombre (Esfera de los libros), la actriz alicantina Ana Milán se abra sin cortapisas a sus confesiones más íntimas, sus reflexiones más duras, entre la felicidad o la tristeza, con un canto al verdadero amor o a la esperanza, y donde los amigos ocupan un espacio crucial en su vida. Una lectura amena y atractiva, sin pararse a pensar qué género es (qué más da ensayo que poesía) cuando Ana Milán se desnuda ante un río de sentimientos que van directos al corazón.

«Es un libro escrito por la noche, con mucha intimidad. Y de alguna manera la primera mitad del libro está escrita sin saber que lo iba a publicar, porque empecé a escribir para mí», explica la actriz alicantina, a punto de rodar en Olmos y Robles, con Rubén Cortada y Pepe Viyuela, en la serie de TVE al tiempo que estrena Likes, con Raquel Sánchez Silva y la escritora Espido Freire. «El libro es muy autobiográfico porque en mi vida no sé separarme de nada. Aunque eso tampoco me convierte en escritora», agrega.

Voy a llamar a las cosas por tu nombre está trabajado como un cuaderno personal donde priman esencialmente tres colores (el rojo, el blanco y el negro, los «que marcan mi estética», indica Milán), en un formato pequeño y sin índices, como queriendo deparar la sorpresa al lector, y donde también tiene cabida sus recuerdos en Alicante (donde nace y se forma), Villena (la tierra de su madre) y los veranos en Biar.

«Los recuerdos están presentes en cualquier persona, porque pobre del que no tenga recuerdos, o del que quiera olvidarse de ellos, aunque no sean siempre los mejores. Pero tienen que estar presentes», señala Ana Milán, en una entrevista telefónica, cuando su infancia sale a flote: «Tenía unos vecinos cuando vivía con mis padres que tenían una hija de mi edad. Ellos me invitaban a ir a Biar, por Semana Santa, y como yo nunca tuve pueblo para mí aquello era fascinante? Ver que todo el mundo se conocía, que todos se saludaban, no había miedo a dejar la puerta abierta, a nada. Lo recuerdo como una maravilla. También iba mucho a Villena, la tierra de mi madre».

Junto al amor y el desamor, el valor de la amistad es precisamente uno de los conductos principales de este libro. Y, de hecho, como prueba, basta ver la página en blanco del libro donde anota de su propio puño y letra: «Tengo mucha suerte. Tengo los mejores amigos del mundo». «Porque sin amigos, el rosa se ve marrón», añade.

«Los amigos son la familia escogida. Es una frase muy manida, pero es lo que es. No entendería mi vida sin mis amigos, y tampoco podría entender las cosas buenas que me han pasado o he compartido con ellos, ni cuando los vientos han soplado feos y ellos han estado ahí», alude Ana Milán sobre esta última obra que cuenta con numerosas reminiscencias al cine y la literatura (sobre todo de Pablo Neruda y Mario Benedetti).

Una obra que, en cierto modo, también se respira un sentido crítico del mundo que nos envuelve. Aunque Ana Milán matiza y opta por otras palabras. No está de acuerdo, nos dice, respecto a su texto «Mastercard»: «Bueno, en realidad no lo critico, sino que todo ello hay que ponerlo en su justada medida. Adoro los objetos bellos y mis 200 cremas: pero lo importante es lo importante».

Ana Milán también sueña, como lo hacemos todos. Es el material del que se teje nuestros desafíos y retos, a lo que podemos (o no) aspirar. Por lo que la escritora alicantina no se resigna y habla de ellos en voz alta. ¿Por qué esconder la cabeza, como un avestruz, sobre nuestros deseos y aspiraciones más inmediatas? «Los sueños no tienen carnet. A los sueños hay que pasarlos a buscar», leemos en su libro.

Y ahora, por medio del teléfono, la escuchamos de nuevo: «Mis sueños son que me dirija Juan José Campanella y tener de compañero a Ricardo Darín. Estar a punto de acción, y Campanella sea quien me dirija. Mis sueños son trabajar con la gente a la que admiro mucho, a los grandes compañeros, tener un mano a mano con Dani Rovira, que me parece un actorazo, y me apetece mucho también con Javi Rey o Ernesto Alterio. Me apetece trabajar con los que admiro, y mis sueños tienen que ver con el final de todos, con ser feliz y el chiringuito montado: con tu pareja, con tus hijos, tus amigos, con todo lo que está en la vida para ser disfrutado».

Las letras de Ana Milán nos conducen a una escritora tremendamente sensible y con una gran carga de optimismo y solidaridad. Es el perfil de una actriz que se rebela contra la corrupción, el terrorismo, el paro y, en definitiva, la tristeza permanente.

«¿Sabes? Los malos hacen mucho ruido, y los buenos hacemos menos. Pero los malos, aunque hagan mucho ruido, son los menos. Son los menos, lo que pasa es que estamos muy perezosos para sacarlos de ahí. No podemos observar nuestro mundo desde los ojos de los malos», señala la alicantina, quien se declara una fan de Twitter, por lo que cuida y mima a sus seguidores con mucha atención. Tanta, que hay un espacio exclusivamente para ellos en este libro: «El mundo avanza, se abre, y negarse a lo que es tangible, evidente, y nos comunica? Twitter es un espacio increíble, que me ha hecho pensar, sentir, reír y alguna lágrima he derramado. Me parece el nuevo periodismo, donde se discuten asuntos que después se publican. Obviarlo y decir que no existe es un error. Lo disfruto mucho».

Milán trata de echar poco de menos a Alicante «yendo mucho», lo que hace con frecuencia porque aquí está parte de su vida, la personal y la familiar, cuando asegura que no sabe si Voy a llamar a las cosas por tu nombre será su último libro, si volverá a ponerse a escribir en otra ocasión. «¿Pero quién lo sabe?». Y deja así una puerta abierta, una pregunta más, una incógnita por resolver, como las cientos que pululan en esta obra que emociona y despierta conciencias.