La 73 Mostra de Venecia abrió ayer sus puertas de forma brillante con La la Land, un filme que mira a los musicales clásicos con frescura y con unos excelentes Ryan Gosling y Emma Stone en un filme con el que Damien Chazelle quiere mostrar que falta amor y romance en el cine. Tras triunfar con Whiplash, el joven Damien Chazelle es a sus 31 años el rebelde de Hollywood. Su cine contra la norma no busca sorprender con novedades ni inventar nuevos géneros. Vuelve la mirada al pasado para revisitar el clasicismo desde la más pura modernidad. Y se sirve de la música para recuperar el aura «atemporal» de las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers, el estilo más de Stanley Donen que de Grease con una historia que ha supuesto para él «cumplir un sueño» largamente acariciado.

Aplausos tras la primera proyección de prensa -incluso tras la primera escena de la película- y aún más fuertes cuando Chazelle y Stone hicieron su entrada en la sala de conferencias de prensa.

No lo necesitaba, pero el realizador acabó por ganarse a la audiencia al recordar a las víctimas del reciente terremoto en el centro de Italia y alabar la cultura, comida y cine italiano. Ni siquiera la ausencia de Ryan Gosling empañó la presentación de una película que mezcla música y amor, algo necesario, a juicio del realizador.

«Creo que ahora más que nunca necesitamos amor y romance en el cine», explicó Chazelle, para quien el musical es el género que permite construir la tierra de los sueños y utilizar una forma de expresar las emociones que «puede violar las leyes de la realidad».

Por su parte, la actriz Emma Stone, radiante con un vestido corto verde y rosa con estampado floral, aseguró adorar desde que era pequeña los musicales, por lo que no dudó en calificar esta película de «sueño real».

Para la actriz -nominada el año pasado al Óscar por Birdman- es una película caracterizada por la ausencia de cinismo y llena de «esperanza, alegría y belleza», algo poco habitual en el cine de hoy y que puede servir para que los jóvenes se den cuenta de que «hay que trabajar duro para lograr los sueños en lugar de ser cínico». Y ello pese al poso melancólico que también destila el filme, que hace evolucionar la historia de la pareja protagonista -ella aspirante a actriz y él un músico que quiere abrir un club de jazz- a través de las canciones y de pequeños bailes.