Dejó su Alicante natal hace ya medio siglo ansioso de formación teatral y de una oportunidad que entonces solo daban ciudades como Madrid o Barcelona. Eligió Madrid y allí cumplió su sueño. Y no solo como actor. Hace 20 años puso en marcha La Guindalera, una compañía con una filosofía muy particular basada en el trabajo de calidad y el respeto a la profesión. La sala llegó siete años más tarde, como un espacio físico donde cerrar el círculo.

Pero ahora ese círculo vuelve a romperse porque Juan Pastor afrontó el domingo la que fue la última función de su teatro, que puso en pie junto a su mujer, Teresa Valentín, y su hija, María Pastor, y que recibió el Premio Ojo Crítico de RNE por desarrollar un proyecto teatral solido y de calidad, así como por su carácter formativo y pedagógico. «Todo en el fondo es a raíz de la crisis -apunta desde Madrid este hombre de teatro-, empezando por el 21 por ciento de IVA y antes porque teníamos en marcha dos proyectos con la Comunidad de Madrid y Caja Madrid pero perdimos su apoyo y empezaron los problemas para mantener la sala».

Apostaron también por el crowdfunding, pero el grifo se queda sin agua. «Nuestra intención ha sido siempre ser una sala privada pero con voluntad de servicio público que es lo que hemos hecho durante estos años». Atrás quedan 50 producciones en 13 años, una cifra nada desdeñable, con el aliciente de que el público «nunca ha fallado». Lo que ocurre es que la capacidad de La Guindalera es de 80 butacas, «y es muy difícil que eso sea rentable... así que sin grandes dramas pues cerramos... lo más importante del teatro es una labor continuada y eso necesita un espacio y un tiempo, algo que hoy en día parece imposible».

Seguir a cualquier precio «no es posible» porque «nosotros nos diferenciamos porque programamos espectáculos propios o compañías que tienen que ver con nuestro trabajo. Podríamos mantenernos a costa de la calidad y de la situación laboral, porque está de moda que los actores no cobren, pero por dignidad nosotros no estamos por esa labor y no vamos a seguir a cualquier precio».

Y es que Juan Pastor ha dejado huella en el sector. Dicen sus compañeros que ha contribuido a dignificar la profesión. «Por eso nos vamos muy contentos, es un orgullo que digan eso; dignificar la profesión es que se cobre un sueldo y se pague la seguridad social, que haya tiempo para el desarrollo técnico y estético del montaje y que haya trabajos rigurosos». Y es que, afirma, «hay muchas salas que están surgiendo y muchos actores y directores trabajan sin cobrar... yo creo que eso es una gran burbuja, fruto de la desesperación, pero yo estoy en contra de eso».

Lo que queda es una trayectoria en la que no se ha desviado de su camino. «Hemos sido coherentes con lo que nosotros nos planteamos hace muchos años. Hemos sido como un verso libre, hemos tenido una independencia rabiosa y eso tiene un precio. En La Guindalera hemos hecho lo que queríamos hacer, no hemos estado condicionados por nadie, ni artística ni políticamente. Solamente hemos funcionado con nuestras producciones y con autores muy consolidados, con peso, y el público sabe lo que va a ver».

Precisamente el público es el centro de todo, asegura Juan Pastor. «Ahí está la clave. En realidad, el gran problema que tenemos en este país es la falta de educación de público». Lo dice un hombre de teatro, que además ha tenido en el proyecto La Guindalera una importante función formativa y pedagógica. «Uno de los proyectos que desarrollamos y que perdimos por falta de ayuda era para crear públicos, con el apoyo de Caja Madrid y la Comunidad de Madrid. Íbamos a los institutos, se hablaba de la obra, luego los grupos iban al teatro y después había unos coloquios».

Sin embargo, «el gran problema es que no demandan y en esto la educación del público es fundamental. Por eso creo en proyectos que crean público. Si tuviéramos una sala grande con 200 butacas no tendríamos problemas de financiación. El problema de este país es de educación. El teatro tienen que ser como una necesidad vital».

De momento, el domingo Juan Pastor y su familia cierran el telón de su teatro en la calle Martínez Izquierdo de Madrid, pero siguen como centro de producción y como compañía. «Lo llevamos relativamente bien; es algo que sabíamos que iba a llegar tarde o temprano... nos vamos con una sonrisa, sin amargura».