Quienes hayan leído ´Sábado por la noche y domingo por la mañana´, del gran Sillitoe, tendrán una idea aproximada de los niveles de cutrerío que podían alcanzar los estratos populares ingleses en los años cincuenta. A esa Inglaterra -que, pese a todo, sigue tan costrosamente viva como la capacidad de tragar pintas de Nigel Farage- llegaron en los 50 las primeras oleadas de jóvenes antillanos que tan bien refleja el trinitense Sam Selvon en ´Solos en Londres´ (1956). Y lo hicieron con ese habla particular que atraviesa la novela -un clásico de la literatura inglesa de la segunda mitad del XX- y que, como explica su traductor, es una síntesis comprensible de muchas hablas incomprensibles. Lo hicieron también con el empuje de buscarse la vida y sin saber que su presencia iba a contribuir de modo decisivo a hacer de Londres la ciudad con la faz y las entrañas más variopintas. Hemos tardado 60 años en tener acceso a ´Solos en Londres´, pero no se duerman. Por desgracia, los libros se van deprisa de las librerías.