Si están leyendo este texto en su versión original, como tercera entrada de "La Brújula" del 30 de junio de 2016, se darán cuenta de que ´Un crucero de verano por las Antillas´ es el reverso ideal, el predecesor preciso, del ´Solos en Londres´ de Sam Selvon (Automática) que ocupa la reseña anterior. Si no es así, ahora ya tienen las claves del puzle. En 1887, Lafcadio Hearn, que acabaría inscribiéndose en el imaginario occidental como puerta de acceso al Japón, tomó un barco en Nueva York para iniciar un periplo por Martinica, San Vicente, Trinidad, Tobago... Viajero cosmopolita de pluma dúctil, Hearn tenía los ojos acostumbrados a escrutar. Así que no extraña nada que playas y gentes, volcanes y olores, capillas perdidas y aguas de colores que por entonces se hacían imposibles desfilen por sus páginas con paso airoso. Con ese garbo que sólo los vagamundos saben imprimir al ir y venir entre lo que ven y las chispas que esas imágenes hacen saltar en su cerebro. Ideal para no consumirse en espera de las vacaciones.