Se perfiló recto Manuel Escribano en la suerte suprema ante el cuarto de la tarde. Había amagado con saltar la barrera el de Adolfo Martín de salida tras endosarle el torero sevillano tres largas cambiadas (no pudo ser a porta gayola porque el astado salió de chiqueros distraído) y un ramillete de verónicas de buen son, media ceñida y larga de remate. Tras un buen puyazo, dos pares de banderillas cuarteando y uno al quiebro pegado a tablas habían despertado el interés del público. Tenía nervio el primer «Madroño» (mismo nombre lució luego el sexto), y tras algunas dudas iniciales por el viento molesto, Escribano enderezó la embestida del «albaserrada» con la derecha siempre que acertó a dejarle el engaño en la cara y traérselo muy toreado. Una serie en tono menor con la zocata precedió a otra con la diestra bien ligada, rematada con varios cambios y el de pecho final. No acabó de tomarle el pulso al natural, aunque encadenó un pectoral circular, uno del desprecio y otro de pecho que gustaron arriba. El toro pedía ya la muerte, pero se empeñó el de Gerena en endosarle otra tanda más, ya en tono menor. Arrancó lento en la suerte suprema para asegurar el trofeo que le permitía abrir la puerta grande y, tras clavar el estoque algo desprendido, recibió el doble y certero hachazo del toro hacia el cielo. Cuando trató de levantarse, se supo seriamente herido y pareció desvanecerse. Varios subalternos se lo llevaron hacia la enfermería dejando un visible y preocupante reguero de sangre. Remató Palazón al toro de doble descabello, y el presidente se nos vino a poner exigente cuando menos tocaba al denegar el doble trofeo que demandaba un emocionado público. Es en esos matices donde debe imperar la sensibilidad. Si contamos orejas que se han otorgado con menos argumentos en esta feria desde el mismo palco, igual se nos suben los colores.

Los toreros honrados son así. Se anuncian con todo tipo de corridas y ponen toda la carne en el asador. Paradójicamente, es la parte más amarga y más gloriosa de esta bendita fiesta. En agosto de 2015 paladeó Escribano un sonoro triunfo en este mismo ruedo con astados hermanos del que ayer le hirió. «La suerte o la muerte» titulaba Gerardo Diego su obra más taurina. Ese es el dilema en el que se mueven quienes se dedican a esta dura y maravillosa profesión.

Y no es que fueran los de Adolfo Martín toros destartalados ni fuera de tipo. Al contrario, muy terciado y entipado el encierro, con el sello de su origen bien a las claras en capas cárdenas, hocicos largos y defensas veletas las más de las veces. El trapío es eso, sensación de peligro, mirada de adulto, hechuras de toro bravo. Ni más, ni menos. Aunque algunos no lo quieran entender y esgriman el trillado argumento del «toro de Alicante», maldito marchamo con el que carga esta plaza por parte de los taurinos.

A la postre sería el primero de la tarde, de preciosa y armoniosa estampa, recibido con murmullos de «esto es otra cosa» y palmas de reconocimiento, el toro con mejor juego del sexteto. Le endilgó valiente ramillete de verónicas Escribano y, tras un fuerte puyazo, un quite por saltilleras. Animoso en banderillas, con un coreado tercer par quebrando al violín, «Revoltoso» se deslizó con calidad, largo y entregado cuando el diestro acertó a engancharlo sin tirones y llevarlo muy embebido en las telas. No admitía tiempos entre los pases, por lo que no siempre hubo ligazón si el torero no insistía en el toque suave. Anotamos dos naturales largos, una tanda por la diestra notable y lucidos remates de pecho por ambas manos. La emoción de toro, señores, le otorga peso a todo lo que se le hace delante. Tras un ayudado por bajo estimable entre algunos trapaceos, unas manoletinas preludiaron la estocada, algo trasera pero bien ejecutada. Sonó el aviso antes de que cayera el animal. Oreja para el torero y palmas para el toro. De lo mejor de la feria.

El otro capítulo triste de la tarde sucedió al final de la lidia al segundo, cuando Francisco José Palazón (primer paseíllo del año) se encasquilló con los aceros. Ni el estoque ni el descabello le fueron propicios. Lástima que no cobrara el espadazo que le permitió saludar a la muerte del quinto, tras una faena con más pena que gloria ante un toro a la defensiva que acusó el excesivo (e incomprensible) castigo en varas. En ese segundo de la tarde, que admitió con emoción la exposición del torero, el de Petrer logró algunos muletazos estimables por ambos pitones. Redonda surgió una tanda por la derecha, pues aguantó, dejó el trapo muerto en el hocico y enganchó la vibrante embestida. Sobraron algunas dudas, lógicas en quien solo realizó un paseíllo en 2015 y pisaba la arena por primera vez en este 2016. Tras salir trastabillado de una serie final por naturales cuando ya el animal pedía finiquito, llegó el susodicho atasco con los aceros y los tres avisos cayeron como tres mazazos injustos. Su recibo a la verónica a ese toro quedará entre lo más bello de la feria.

El sorteo matinal no deparó para Paco Ureña colaboradores francos. Y a fe que se le vio firme con sus dos oponentes. El sexto, el otro «Madroño» de lote, no tuvo la calidad de su hermano homónimo, muy rebrincado desde salida, sin entregarse y engañando en las acometidas. Porfió con él el de Lorca, incluso demasiado. No acertó tampoco con la tizona. Sí cerró con acierto la faena al tercero, que le permitió demostrar por momentos el especial tacto de sus telas. El cite con la muleta muerta, pisando terrenos comprometidos, siempre con el pecho por delante y con la pierna contraria al frente, «cargando la suerte», logró llevar al albaserrada por donde parecía que no quería. Destacaron algunos pectorales vaciando con mucho garbo el viaje, y no tuvo prisas para enganchar al animal casi al ralentí en algunos naturales de bella factura. Como el tranco del «adolfo» se quedaba escaso, citó con la muleta a la altura de la cadera enfrentado a los pitones, en ese sitio donde los toros solo pueden embestir o levantarle los pies al matador. Una tanda con la diestra de muy buen tono precedió a los naturales finales de frente, con el astado ya venido a menos y embistiendo casi al paso. No pudo haber rotundidad, pero sí se atisbó gran decisión y unas formas tan exquisitas como canónicas. Una estocada algo desprendida dio paso al trofeo.

No hubo, pues, salidas y gloria por la puerta grande, pero la verdad del toreo, la casta del toro bravo y la honradez de los buenos toreros, marcaron el broche a pie de una feria demasiado enferma de números y récords.