Estamos en días de reflexión y de digestión de resultados. Desde ese Hércules que se da un resbalón y echa por la borda todo un año, pasando por la sorpresa de unas elecciones donde muchos han visto a gnomos votando a trolls, y llegando a lo que a muchos interesa, pese a quien pese, como es la feria taurina de estas recién finalizadas Hogueras de San Juan, que han tenido mucho que contar.

De tontos sería no comenzar ponderando lo que ha supuesto ese serial con cinco llenos casi absolutos (queda otro para agosto) que han regalado un gran éxito a la empresa y a la propia ciudad. Alicante ha estado durante semanas en boca de muchos, y esa es una publicidad impagable para la «terreta», a pesar del ninguneo consistorial. Allá ellos. Nadie les eligió para gobernar contra el pueblo, pero si así lo desean, ya están viéndose sus consecuencias. Ningún otro espectáculo de pago, salvo el fútbol, goza de tal poder de convocatoria. Háganselo mirar.

Y para bien de todos, la tarde de las tardes vivió el éxito. Quienes vinieron a disfrutar del toreo de José Tomás, lo disfrutaron. Los que esperaban a José Mari Manzanares, también le encontraron. Hubo buenos colaboradores de Núñez del Cuvillo, tres de cuatro, que no está nada mal. El torero de Galapagar, el torero de los ricos y fóbico de los periodistas, realizó dos faenas semejantes. No hubo comunión en la primera, pero se desató la locura en la segunda. El «tomasismo» ejecutó su especial liturgia y todos contentos. Hubo momentos brillantísimos en su labor, sobre todo ejecutados al natural. Pero hay un punto histriónico que lo sobredimensiona todo. Quizá sea cuestión de gustos.

Cuando parecía que aquello era el «non plus ultra», apareció la mano izquierda de Manzanares, renacida el 3 de junio en Madrid, y desveló la verdad más hermosa del toreo al natural en la máxima extensión de la palabra, mostrando que, ahora sí, ha venido el artista para quedarse. Esa amplia «claque» manzanarista también, por tanto, vio colmada sus esperanzas. El camino que se abre en su especial búsqueda ética y estética ilumina esperanzas.

Urge llevar a cabo un examen de conciencia sobre la presentación del ganado por parte de todos. Salvo el encierro de Adolfo Martín, sin exageraciones pero con lámina de toro bravo, hubo reses con una falta de trapío alarmante. Era una maravillosa oportunidad de mostrar al gran público que en Alicante también se puede ver seriedad en el ruedo. En lo positivo, por el contrario, el gran juego de varios de ellos. Al excelente Esaborío de Olga García Jiménez, al noble y repetidor Limonero de Daniel Ruiz y al buen colaborador Cacareo de Núñez del Cuvillo se les honró con la vuelta al ruedo, en exceso para alguno. Encastados y con variado juego los «albaserradas» de Adolfo, ante los que triunfó y pagó con sangre Manuel Escribano.

Habrá que afinar también los pañuelos del balconcillo presidencial. De entre los coletudos, demasiadas puertas grandes, no todas de igual peso; Ponce en su versión más técnica y enfermera; con frescura y por pulir López Simón; fácil, variado y valiente Roca Rey; siempre bullidor El Fandi; entregado aunque con desajustes Cayetano; y, por fin, espectacular a caballo Andy Cartagena. Casi la nómina al completo, salvo Paco Ureña, que dejó detalles con un lote poco lucido, igual que Palazón, de acero bipolar, un aburrido Paquirri, un desafinado Manuel Manzanares y la irregular Lea Vicens.

Hubo, por tanto, espectáculo para todos los paladares, y para grandeza de la fiesta. Justo el día que tenía que ser. Justo la feria que tenía que ser. El año que viene, todavía más.