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Revuelo de pañuelos

Enrique Ponce, López Simón y Roca Rey salen a hombros tras repartirse ocho orejas

Revuelo de pañuelos

Habría que conocer la realidad de los toros rechazados para llegar a la composición del sexteto que finalmente saltó al ruedo para pulsar las «fatiguitas» que el equipo presidencial debe de haber sufrido en sus carnes durante las horas previas al festejo. Resulta ciertamente peligroso jugar en los tiempos que corren con aspectos tan fundamentales como el trapío de los toros, la sensación de peligro que nunca deben perder. No deja de ser, en el fondo, un abuso hacia el pagano público que, visto lo visto, es el gran motor de la fiesta en esta plaza. Con sus grandezas y sus miserias. Pero a ver si en otros sitios se iban a soportar algunos excesos que se dejan ver por aquí.

En ese camino hacia la nada estamos perdiendo aspectos tradicionales de diferente calado que no debieran pasársenos por alto. Desde el operario que sacaba la tablilla al centro del ruedo para anunciar a los espectadores los datos del toro de turno, hasta esa suerte de varas que, a no cambiar mucho el panorama, no será necesaria en algunos festejos. Y quizá tengamos que ver anunciadas, como pasa con las novilladas, corridas de toros con caballos y sin caballos. Y, con el tiempo, habremos de explicar a generaciones futuras cómo una suerte bellísima y emocionante (cuando se realiza bien) fue postergada entre todos, principalmente entre las mal llamadas «figuras», y se disolvió en el fango de la más absurda de las monotonías.

Como diría aquel, a algunos astados no les dio el puyazo ni para un análisis de sangre. Si contamos con que este suponía uno de los principales argumentos para valorar la pelea de los bureles y otorgar, si tocaba, premios como vueltas al ruedo e indultos, llegaremos sin demasiado esfuerzo a la conclusión de que el paseo al redondel concedido al segundo de la tarde de ayer, primero de López Simón, pareció a todas luces desmesuradodesmesurado. Dos picotazos se llevó al relance y en huida desde el caballo de tanda hacia el que guardaba la puerta, es decir, a favor de querencia. Doctores tiene la iglesia que seguro podrán ponderar con más acierto el premio del pañuelo azul, pero la realidad es una, diáfana y esclarecedora. Quién sabe, igual se enganchó el dichoso pañuelo...

Tras airoso quite de Roca Rey por chicuelinas, y sin haber apuntado nada con el percal, es cierto que López Simón planteó alegre y asentado trasteo al noble ejemplar de Daniel Ruiz, que regaló cinco o seis tandas de galope aquilatado. Ligó tres series por la diestra de buen ver en un palmo de terreno, que no es detalle baladí, y también serenó la embestida del animal con la zocata. A veces abusó de la línea recta, esa en que parece que más se destorea que se somete, pero a cambio enroscó los pases de pecho con acertado son. Se llevó al astado al centro del anillo, ya venido a menos, y le recetó una estocada muy espectacular en la suerte de recibir, que cayó algo contraria. No importó, porque los tres pañuelos, dos blancos para los trofeos del torero y uno azul para homenajear al toro, volaron gráciles en el palco.

El castaño quinto, más aparente en su trapío por lo descarado de su cuerna, empujó con los riñones en el único puyazo que recibió, y pidió luego muleta dominadora. No siempre acertó a someter el torero de Barajas. Un natural destacó por mando y largura, pero casi resultó el verso suelto de trasteo, que abundó en derechazos tropezados y algún que otro achuchón. Hay quien diría que se le fue sin torear. Trató de matar de nuevo recibiendo, esta vez en el tercio, pero pinchó. La estocada posterior todavía propició la petición y concesión de otro trofeo.

Andrés Roca Rey es un torero de mucha planta. El peruano luce tanta presencia en el ruedo que verlo ante un animal de la escasa apariencia y empuje del tercero le resta emoción a lo realizado ante él. Tras un vistoso quite por gaoneras y caleserinas, brindó, como el sexto, al respetable, y por momentos templó con ambas manos en tandas que se sucedieron de manera demasiado anodina. Calentó al generoso público con circulares y lances sin espada (reminiscencias de Daniel Luque) antes de lograr un buen espadazo marcando los tiempos del volapié. A ese trofeo sumó otros dos a la muerte del sexto, con el hierro de La Palmosilla. Otra estocada de nota tras un trasteo muy desigual a un colorado albahío que embistió rebrincado, sin clase y con problemas. Comenzó con pases cambiados por la espalda y una «dosantina» de mérito, y cerró con ajustadas manoletinas. Dos orejas desfasadas que demandó el público ante la deriva piltrafera.

La tarde de Enrique Ponce comenzó con labores de enfermero ante el desfondado primer toro del hierro albaceteño. Aplicó la medicina del temple a media altura en las primeras tandas con la diestra para, al final del trasteo, poder bajar la mano y lograr mayor ajuste, sobre todo con la diestra. Con la elegancia de siempre, parecida estructura planteó ante el cuarto, aunque el de Daniel Ruiz demandara algo más. Ni acabó de romper el toro, ni terminó de apretar el torero. Molinetes finales y poncinas para llegar más al tendido. Oreja tras pinchazo y estocada en este, y otra tras estocada desprendida en el que abrió plaza. Y triple puerta grande.

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