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Feria taurina de las Hogueras de San Juan

Triunfalismo sin exquisiteces

El Fandi y Cayetano Rivera Ordóñez comparten la primera salida a hombros de la feria

Triunfalismo sin exquisiteces

Primer lleno casi real en los tendidos del coso de la Plaza de España de los cinco que se esperan para esta feria, más el que se dará en diferido en la novillada del 7 de agosto. Aforo rebosante y vigilado más que nunca por las fuerzas de seguridad. Los taurinos, siempre gente de paz, sufriendo un estúpido acoso del que muchos tendrán que dar explicaciones por haber empujado a ello con sus ideas y soflamas de extremismo animalista.

Y qué agridulce sensación que se le queda a uno cuando contempla ganado como el de ayer. Si nos olvidamos de la presentación cuidada, de la sensación de peligro, de esa mirada que impone su trapío sin mácula, cometemos el error de arrebatarle al pagano espectador mucha de la esencia de este espectáculo. Anótelo quien tenga responsabilidades al respecto. Hubo astados (este epíteto es casi un decir) que nunca debieron saltar al ruedo. Y eso que eran escogidos...

Por otro lado, el juego de los de García Jiménez, en sus dos hierros, a pesar de solo recibir un picotazo la mayoría en el caballo, ofreció diáfanas posibilidades de triunfo a los tres espadas, no siempre bien aprovechadas en su calidad. Qué alegría la de ese «Esaborío» lidiado en quinto lugar, ya desde que pisó el ruedo en el recibo del Fandi con cinco largas cambiadas rematadas con media de rodillas, el galleo por chicuelinas para llevar al caballo en la única entrada, las lopesinas posteriores con serpentina final y cuatro pares de banderillas que levantaron al público de sus asientos. Fandi en estado puro. Punto culmimante de una tarde que pedía ese espectáculo al que David Fandila nos tiene acostumbrados. Nadie podrá poner en duda su entrega y su fidelidad a un estilo y una predisposición que le siguen manteniendo entre los favoritos en estos carteles. Pero claro, con la pañosa la cosa ya no enardeció tanto. Se vieron las superficialidades ramplonas por momentos, los desajustes inoportunos, las carencias de paladar. Como en su primero, comenzó el trasteo muleteril con una tanda de derechazos con ambas rodillas en tierra. Luego lo molió a derechazos y naturales, algunos de templado trazo. Solo con el toreo de repertorio final, con rodillazos y circulares demasiado tropezados, logró retomar el pulso del público. Y «Esaborío» empeñado en encadenar embestidas nobles a pesar de los tirones. Sonó un aviso antes de que Fandi acabara con él de una buena estocada. Vuelta al ruedo para el mejor toro de la tarde y dos orejas para una faena que debió llegar a registros mayores, acordes a la calidad de animal. El sorteo no siempre beneficia a todos los toreros, ni a todos los toros. La mañana siempre es esencial en el futuro juego vespertino.

De su primer colaborador se había llevado el granadino otra oreja. «Jacarito» se llamaba. Otro pelotazo en la suerte matinal. Otro noble burel, que se rajó tras ofrecer treinta embestidas de muchos quilates. En esta ocasión, bien denegado el segundo trofeo, ya que hasta la estocada cayó abajo.

El otro espada en cruzar el umbral de la puerta grande a hombros fue Cayetano. Se esperaba mucho más del menor de los Rivera. Cierto es que anduvo afanoso y con ganas de agradar al personal toda la tarde. La castita del corniapretado tercero se le subió a la chepa en algunas fases del trasteo muleteril. El animal reponía rápido entre embestida y embestida, y no se le vio ágil en la colocación a Cayetano. Hubo de recurrir a alardes de rodillas. Faltó dominio y limpieza en su faena. También en la del sexto, al que le endilgó un meritorio quite a la verónica. El acople y el ritmo brillaron por su ausencia con la pañosa, y se perdió en un abuso de recortes a dos manos. Lo repetitivo acaba por perder el efecto de sorpresa. No fue el cuatreño con más clase del encierro, ciertamente, pero tuvo de sobra eso que los profesionales modernos llaman «toreabilidad».

Más preocupante resultó la imagen ofrecida por «Paquirri». Ante el que abrió festejo, de presentación córnea más que dudosa y alarmante, pretendió mostrarse templado por momentos, tanto con capote como con muleta. En el último tercio, sin embargo, entre la condición moribunda del animal y la escasa transmisión de lo que le planteaba el mayor de los Rivera, aquello se resolvió con más pena que gloria. Quizá se le podría apuntar tal que cual muletazo templado con la diestra. Silencio atronador a tan escaso bagaje.

Peor, mucho peor, resultó la sensación ante el cuarto. Sin apenas exponer, abusó por momentos del pico de la muleta por el lado derecho, mientras buscaba en las rachitas de viento excusa al desacople con el de García Jiménez. Trapaceo sin estructura ni sentido, en ocasiones a la defensiva. Sonaron algunos pitidos a lo largo de la faena, que se agudizaron cuando falló estrepitosamente con el acero. Se le vio fuera de tipo, incluso desganado por momentos. Con todo, a buen seguro que lo volveremos a ver.

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