Él no se considera maestro de nada, pero sí reconoce su espíritu pionero al intentar dar la vuelta al tebeo clásico fuera de las reglas imperantes. Miguel Calatayud (Aspe, 1942) se sitúa -«por edad», bromea él- a la cabeza del movimiento artístico de la nueva escuela valenciana que en los años 80 revolucionó el mundo del cómic, una generación a la que el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) abre sus puertas con la exposición VLC, Valencia Línea Clara, que se mantendrá hasta el 2 de octubre.

La muestra reúne más de 200 cómics originales, obra gráfica y fotográfica de la generación de autores que renovó la estética del tebeo español y europeo: Sento Llobell, Mariscal, Micharmut, Daniel Torres, Manel Gimeno y Mique Beltrán son los nombres destacados de esta generación que comparte la «influencia» del aspense Miguel Calatayud, quien actuó de «catalizador» del grupo, como señaló en la inauguración el comisario de la muestra, Álvaro Pons, al aportar «una modernidad necesaria al cómic, que hasta entonces era muy academicista».

Calatayud, tres veces Premio Nacional de Ilustración, llegó a Valencia en los años 60 para estudiar Bellas Artes «y llevo ya mis cincuenta años aquí, pero no me olvido nunca de Aspe ni de Alicante», apunta el exponente de la línea clara valenciana, una denominación «que nace de la necesidad de poner nombre a las cosas, pero lo de la línea clara es un cliché, había muchos matices porque unos tenían la línea más gruesa y la mía era finísima».

Él recuerda que sus primeros cómics en la revista Trinca del Madrid de los 70 -con sus historias de Peter Petrake, presente en la muestra- «no gustaban a muchos lectores porque veían que no encajaba aquello como historieta, que lo mío les quedaba un poco ingenuo», pero apunta que sus colegas valencianos «vieron ahí una vía de escape, que había posibilidad de hacer cosas si a mí me publicaban en Madrid».

Calatayud coincide en que la muestra refleja muy bien la producción del cómic valenciano a finales de los 70 y en la década de los 80, «cuando explota ese momento creativo muy vinculado a la ciudad de Valencia», aunque apunta que «ni hubo ni maestros ni alumnos, todos nos conocimos en ese momento y cada uno hacía lo que sabía, pero no nos movía ni el ánimo de lucro sino la diversión, contando las historias que queríamos sin tener en cuenta a la industria, ese fue el espíritu de mi influencia».

Frente al tebeo tradicional, que languidecía «todos queríamos ofrecer otro tipo de cómic desde el punto de vista gráfico y del empleo del color, con una imagen un poco más elegante, urbana pero sin entrar en la negritud o incluso el feísmo de lo underground; el dibujo se incorporaba a las portadas de discos, a la publicidad, y las historias tampoco eran de héroes o súper héroes, sino que los protagonistas podían ser un cartero, como el personaje de Sento, o mi Peter Petrake, una especie de detective que ni tenía éxito con las chicas ni mataba a los malos», explica.

La muestra refleja el desarrollo de esa generación con sus obras fundamentales, los primeros fanzines y las revistas que demandaban una relectura de los clásicos.