El torero mexicano Rodolfo Rodríguez «El Pana», de 64 años, murió ayer, después de 32 días de hospitalización, por las complicaciones de la tetraplejia ocasionada al ser embestido por un toro en una corrida en Lerdo (México). Su muerte deja al toreo mexicano sin uno de sus más carismáticos, bohemios y extravagantes representantes, un personaje único, forjado en la escuela de la calle y que abusó de la mala vida hasta llegar a convertirse en ídolo por la singularidad de su toreo.

Rodríguez encontró en la tauromaquia una vía de escape para huir de su vida cotidiana, en la que ejercía como panadero, de ahí su apodo, y enfrentarse a su propia cobardía, a sus miedos más recónditos, los cuales vencía al enfundarse un traje de luces, transformándose así en su «alter ego», el Pana, al que él mismo se refería en tercera persona.

El Pana se convirtió en todo un revolucionario sin pretenderlo, un loco soñador que llegó a ser grande sin apenas llegar a nada, un hombre capaz de enamorar y de desesperar por igual gracias a ese halo de misterio y romanticismo que siempre envolvió al personaje. Fue también, en ocasiones, un incomprendido, un tipo peculiar que vivió durante años en el sótano de su fracaso, ahogado en el alcohol y en continuas idas y venidas a burdeles y lupanares.

En el ruedo era capaz de lo mejor y de lo peor, de ahí la legión de partidarios que tuvo, ávidos cada tarde de encontrarse con el genio que, para bien o para mal, siempre fue. Torero de misterioso e inigualable concepto, dotado de tintes añejos, que, sin embargo, en ocasiones también llegaba a rozar la excentricidad más absoluta, algo que hizo que tuviera, asimismo, una muchedumbre de detractores.

El caso es que El Pana nunca dejó indiferente a nadie. Sus treinta y siete años de alternativa han estado plagados de continuos altibajos y de numerosas idas y venidas; pero se le quería mucho, sobre todo en la Plaza México, donde protagonizó una de sus mejores tardes de cuantas se le recuerdan. Fue el 7 de enero de 2007, a priori, la corrida de su despedida, pero fue tal el clamor del público ante las dos soberbias faenas que protagonizó que decidió seguir en activo. Y ese día brindó el toro a las prostitutas.