Tarde cumbre de José María Manzanares la que se ha metido en el bolsillo en Las Ventas. Puerta grande para el alicantino en una faena que pasará a la historia con dos orejas y petición de rabo. Una tarde que se recordará por mucho tiempo, y no por la doble puerta grande que abrieron respectivamente José María Manzanares y Alberto López Simón, sino por el cómputo de sensaciones y emociones que se vivieron. Del sopor inicial se pasó a la polémica para acabar en un clímax de toreo excelso y celestial.

También la corrida de Victoriano del Río, que sólo lidió esta, la de la Beneficencia, en todo este mes de toros en la capital, contribuyó, y mucho, a esta bendita y maravillosa locura, que, para bien o para mal, hoy prendió y cautivó Madrid.

Y es que hacía mucha falta una tarde así, de las que la gente sale de la plaza pegando pases y con ganas de contárselo al mundo, aunque luego haya que ser consecuentes para relatar objetivamente los verdaderos méritos de las dos faenas, premiadas ambas con las dos orejas.

Porque hubo una que sí se mereció la gloria, la de José María Manzanares al extraordinario quinto, una labor soberbia, plena de inspiración, duende y torería, muy templada y profunda, maciza y rotunda de principio a fin, y de bellísimo y elegante argumento artístico.

El alicantino resurgió de entre sus cenizas para callar bocas y dar carpetazo al momento de oscuridad en el que se encontraba inmerso, y que mostró en su primero, un toro sin raza ni clase, con el que apenas llegó a ponerse. Pero fue abrirse de capote con el quinto y surgió la magia.

Las verónicas embraguetadas del saludo y un quite por arrebujadas chicuelinas dieron paso a una obra excelsa con la muleta, cumbre sobre todo al natural, por donde Manzanares bordó el toreo como nunca en esta plaza, que rugió de clamor con un cambio de mano ya en el epílogo que todavía dura, amén de las trincheras y otros remates de auténtica filigrana.

La estocada arriba al encuentro fue perfecto corolario a una faena de clamor y premiada con dos orejas de verdad, como la ovación que recibió Dalia, que así se llamó el toro, en el arrastre.

Lo de López Simón, en cambio, no fue tanto. Una faena de una oreja que por obra y gracia del presidente se convirtió en dos. Los "duros" del sol echaban humo, no como en la víspera, aunque, en esta ocasión, no les faltó razón.

Y no es que el madrileño no estuviera bien, que si lo estuvo, especialmente de mitad de faena en adelante, cuando se descolgó de hombros, se abandonó y ligó tres tandas por el derecho sublimes, pero a la faena le faltó un punto más de unidad, y, sobre todo, rotundidad para poner a todos de acuerdo, de ahí que las dos orejas que le dieron se antojen excesivas, la segunda cuanto menos.

No pudo López Simón redondear nada con el sexto, junto al segundo, los dos garbanzos negros del buen envío del ganadero de Guadalix de la Sierra.

Pero el que sí lo volvió a tener "a huevo" fue Sebastián Castella, que cerró su maratoniano San Isidro con otra decepcionante actuación, y eso que tuvo dos toros otra vez para estar mucho mejor de lo que estuvo.