Formaron su grupo como la mayoría de los grupos, por amistad y afinidad musical; aprendieron acordes, ensayaron canciones y desde entonces disfrutan tocando en un escenario con público. La única diferencia es que son bandas formadas por chicas -en algunas caben también los chicos-, una minoría que existe y reclama su espacio en la música como una alternativa, también, para las mujeres. Unas rechazan distinguirse por ello -De Pirámide-, otras lo llevan a gala -Rosy Finch- y las hay que transitan entre ambas, como las veteranas Ultrazorras o Las Bravas.

Las últimas, que tomaron el nombre en homenaje a Los Bravos, surgieron hace más de tres años, tras ver cómo sus amigos o novios se juntaban para ensayar en un local y ellas se preguntaron por qué no formaban su propio grupo de versiones. Jessica (que también canta al frente de Lolita Cromañón) a la guitarra y voz, Rosa en la batería y una bajista -que ha ido variando y ahora intentan cubrir el hueco- empezaron con canciones de Fórmula V y grupos de los 60, amén de Rafaela Carrá, y se lanzaron a los escenarios con su música ye-yé y una cuidada puesta en escena.

«Era una ocasión para juntarnos tres amigas y nos fue bien. Elegimos un repertorio, yo sacaba las versiones y ellas aprendían rápido. A los dos meses ya teníamos conciertos en hogueras, en fiestas de pueblos, en cualquier sitio. Técnicamente tenemos nuestras limitaciones, pero aun así arrasamos como si fuéramos los Rolling Stones», apunta Jessica, mientras Rosa recuerda que «teníamos los instrumentos muy a mano y en vez de irnos a beber a la calle Castaños decidimos aprender y ensayar. Yo no sabía pero aprendí rápido. Empezamos a probar con canciones que nos molaban, las tocábamos un poco punk-rock y sonaban muy bien, a la gente le gusta mucho».

Ambas coinciden en que les llaman más «por ser chicas, parece que si llevas falda, mejor, desgraciadamente, porque yo toco con Lolita canciones propias y nos salen más bolos con este que es de versiones». Rosa añade que por este motivo «nos metemos más presión y pensamos que porque seamos tías no podemos hacerlo mal. Igual no nos dan un premio pero lo hacemos muy dignamente. Ahora llevamos unos meses sin tocar y nos siguen llamando».

Ultrazorras -que hoy toca en Ocho y Medio- se creó en 2007 pero de la primera formación solo queda Isabel, letrista y frontwoman de la actual banda, desde 2010 compuesta por Marisa, Judit, Pau y Riki, el único chico, «que es una zorra más», apunta, tras indicar que «ser mujeres era una seña pero tampoco lo vamos a rechazar por ser chico». El nombre se les ocurrió un día tomando una cerveza «y nos hizo gracia, tocábamos garage-punk, que por sí sola era una música provocadora y transgresora, y ahora también mucho rock and roll», señala Isabel, que confiesa que hasta que no se puso delante del micro «yo no sabía que era una showgirl, ni tenía idea de los chillidos que llevaba dentro».

Tras años en la escena, dos CD y su último video, El capricho de las damas, grabado con Néstor Sevillano (Futuro Terror), las chicas de esta banda se han ganado el reconocimiento y el favor de sus seguidores, aunque al principio -recuerda Isabel- «éramos un desastre técnico, pero salíamos y le echábamos morro. Nos llamaban por el hecho de ser tías, pero ahora nos valoran por lo que hacemos. Nunca nos ha preocupado eso porque somos ratas de local y lo que nos mueve es tocar, ensayar, desarrollar acordes y dar espectáculo. Queríamos reivindicar que podíamos tocar y ahora nos gusta que nos reconozcan porque nos lo curramos mucho, es lo que nos divierte y encima nos aplauden y tenemos fans que vienen a vernos de otros sitios».

La líder del grupo opina que, tras un auge de grupos femeninos en los 90, con Ultrazorras «abrimos brecha» entre los grupos de chicas, y «debería haber más porque siempre tenemos menos visibilidad, y cuantas más, mejor. Los hombres molan y lo hacen muy bien, pero nosotras también podemos. No soy militante de nada, pero soy mujer y a mí la maternidad -tiene un hijo de 5 años y hasta los 8 meses de embarazo estuvo dando conciertos- no me ha frenado, más bien me ha dado alas».

A las componentes de De Pirámide -Laura (bajo), Mar (voz, cencerro y otros instrumentos) y Sole (batería)- les da «un poco de grima» hablar de su grupo por el simple hecho de ser mujeres después de cuatro años dando guerra en el escenario.

Este grupo -de estilo «dicen que punk-rock-pop, pero ni hacemos punk, ni rock ni pop, sino todo mezclado parcheando mucho los sonidos»- nació por pura amistad, «por un capricho de Sole, que luego nos encantó, pero al principio no queríamos ni hacer conciertos, solo queríamos tocar», explican.

Y parece mentira, ya que sus directos son un espectáculo y en cada actuación se disfrazan siguiendo una temática diferente y lanzando regalos al público, pero insisten en que no había un propósito. «Siempre hemos tenido amigos músicos y nos metíamos en su local; cuando nos pusimos a ensayar vimos que se nos metía gente a oírnos y nos decían "cómo mola"», explica Laura, que cree que «esto es un juego y no hay más intención que disfrutar porque somos amigas».

«Esto no puede funcionar si no somos nosotras, tres amigas que se divierten, como en un grupo de chicos. Cada una tiene su trabajo y no queremos sobrevivir por cualquier cosa. El grupo no tiene guitarra porque no la necesitamos y yo no había cantado antes más que en la ducha», apunta Mar, y añaden que comenzaron a compartir su música con el público «porque teníamos muchos ofrecimientos chulos a los que no podíamos decir que no».

Sí han dicho que no a otras propuestas por el hecho de ser mujeres. «Me pone muy incómoda que los ofrecimientos sean porque somos un grupo de chicas», asegura Laura, y ambas coinciden en que «da el mensaje contrario» porque «si queremos que esto se normalice podemos estar en cualquier lugar y nos gustaría que los festivales no se rigieran por eso, pero decimos que no a muchas propuestas».

De Pirámide, que lleva unos meses de calma tras su primer disco, Ilusiofilia (también con Néstor Sevillano), cree que «hace unos años es verdad que costaba ver un grupo de chicas, pero ahora hay un montón. Ha habido una normalización y hay que dejar de darle importancia. Nosotras nos sentimos totalmente respetadas».

Las integrantes de Rosy Finch, sin embargo, han vivido muchas caras de escepticismo cuando se preparaban para tocar, pero también han callado muchas bocas después de hacerlo. Cañeras, con canciones «grunge, punk, metalero y psicodélico», como señalan, con frecuencia han visto cómo «al hacer la prueba de sonido te miran como diciendo "a ver qué hacen estas", aunque nadie dude si ve a un barbudo con su bajo y sí a una chica de 1,50 o a otra con su pedalera y su guitarra. Pero luego callamos a todo el mundo y esas tonterías vuelan», apunta Elena, bajista.

Elena, Mireia y Lluís son desde 2013 Rosy Finch -aunque los dos últimos llevan desde adolescentes tocando en otros grupos- y, como Ultrazorras, integran a un hombre en sus filas. «Mireia y yo siempre hemos querido tener una banda de rock femenina, todo tías, porque nos encanta, siempre hemos mamado música de mujeres y de esas bandas de punk-rock guarro, pero es que estamos muy enamoradas de él y tampoco creas que hay muchas chicas que toquen la batería», argumenta Elena, que añade que «aunque a la gente le choca un poco, ya no es tan raro vernos».

Mireia apunta que poco a poco se ven más bandas femeninas «pero no tantas» y, aunque defiende que lo importante siempre es la música, «sí nos gustaría animarlas, porque hay muchas grupis, pero pocas tías que tocan en grupos y se pongan una guitarra. Suele haber cantantes y sí apetece ver más chicas sobre el escenario».

En un mundo de predominio masculino, ellas reivindican su espacio en la música y reclaman que «tocar un instrumento en una banda sea una alternativa real de ocio para las mujeres, porque parece que solo se nos puede ocurrir ir de compras o salir con el novio».

Tras un EP, el álbum de 2015, Witchboro, ya lo han tocado por media España, Francia, Holanda o Suecia. Ahora preparan el segundo.