Un elevado gramaje literario y una reforzada profundidad psicológica son dos de las razones por las que el californiano Ross MacDonald (1913-1983) se ha ganado un puesto de honor en el panteón de la novela negra clásica. Bien lo sabrán quienes hayan tenido la sagacidad de abalanzarse sobre La Wycherly, con la que Navona abrió hace poco su "Biblioteca Ross MacDonald", en la que se propone, en cuidados volúmenes y nuevas traducciones, ofrecer una obra en gran parte descatalogada y, a veces, editada sin demasiado esmero. Como La Wycherly (1961), El coche fúnebre a rayas, corresponde a la etapa de plena madurez de Lew Archer, un detective que a esas alturas (1962) tiene una poderosa impronta que, curiosamente, le permite ser el espejo de los demás personajes y el gozne de la construcción social edificada en cada novela. Todo comienza con el banal encargo de investigar a un pintor pobre e inconformista que va a casarse con una rica heredera. A partir de ahí? ¡páginas de vértigo y traca final!