Una madre, finalista del Premio Mandarache, narra la historia de Amalia, una mujer que logra reunir a toda la familia para cenar en Nochevieja, consciente de que será «una noche llena de secretos y mentiras, de mucha risa y de confesiones». El autor catalán se enamoró hasta tal punto de los personajes que, tras Un hijo, los ha retomado en una novela recién publicada, Un perro. Para describir lo sucedido con estas tres obras sólo necesita tres palabras: «Es un milagro».

¿Qué supone ser finalista de un certamen como el Mandarache?

Pues siempre he dicho que no me gustaría morirme sin ganar dos premios, uno es el Mandarache y otro el del gremio de Libreros, creo que son los mejores. El Mandarache es único en el mundo y tiene esa capacidad de generar la curiosidad por la lectura. Debería exportarse a todas partes, por eso es único. Estar nominado ya es brutal, porque es como una ola de gente que te empuja; te llena de esa energía de los jóvenes y uno siempre quiere y busca esa sensación.

Es finalista con Una madre, un libro publicado en 2014 y que sigue dando que hablar...

Acaban de llamarme de la editorial porque acaba de salir la décima edición y se sigue leyendo al mismo ritmo que al principio y está gustando tanto como hace dos años. Es un milagro lo que ha pasado con Una madre, y después con Un hijo y Un perro... Nunca imaginé que Una madre iba a gustar tanto y que me iba a cambiar la vida; hay un antes y un después de Alejandro Palomas después de esta novela. Y me enamoré tanto de los personajes que he tenido que seguir escribiendo sobre ellos, no puedo dejarlos; quizá esa sea la cruz, pero es una cruz muy dulce.

¿Y qué tiene esa madre, Amalia, para que enamore tanto? Tengo entendido que es la madre que a usted le hubiera gustado ser.

Es que está hecha a mi medida, pero después he descubierto que está hecha a la medida de mucha más gente... Es entrañable y empática, siempre está ahí. Es un personaje perfecto, vigila a sus hijos sin presionarles y es muy divertida. Es observadora, a pesar de tener una importante deficiencia visual, y es muy frágil, pero de esa fragilidad viene su fuerza. Lo tiene todo.

La crítica valora que ahonda usted en la mejor versión del ser humano, ¿necesitaba mostrar esa parte de bondad que a veces no nos paramos a mirar?

Sí, quería recuperar ese foco, esa parte de la humanidad que hemos dejado de valorar y que está en estos personajes, pero también en el de la madre, en esas personas de cierta edad en las que ya no solemos reparar. Además, creo que si ha gustado tanto es porque la novela genera buen rollo.

Que tampoco nos viene mal...

Claro, y no es fácil, es complicado crear una trama que parezca sencilla y que genere ese buen rollo.

Pero tampoco faltan los secretos, algo inherente también al ser humano, ¿no?

Claro, eso es lo que los hace interesantes, quedan muchas cosas por decir y están en ese momento en que quieren compartirlas. Eso hace a los personajes más completos y más complejos, porque van mostrando sus personalidades. Es lo que decía antes, parece algo sencillo, pero no es tan fácil.

Sin embargo, dice que escribe de manera intuitiva y rápida, ¿cómo es el proceso de creación?

Soy muy rápido e intuitivo. No hay artificio, no me gusta ni en la vida ni en la literatura. A veces, cuando me siento a escribir, no tengo ni idea de lo que va a pasar con la trama ni con los personajes, porque necesito sentirme muy curioso a la hora de ir escribiendo y creo que transmito esa curiosidad al lector.

Ahora se encuentra presentando también Un perro, en la que retoma los personajes de Una madre, ¿por qué el perro?

Porque su mayor virtud es que no juzgan, su mayor virtud es su mirada, con la que dicen muchas cosas, pero nunca juzgan. Es lo que da pie a todo el universo de la novela.

¿Deberíamos juzgar menos, ser menos críticos con quienes nos rodean?

Sí; en realidad deberíamos tener menos miedos, con menos miedos, juzgaríamos menos.