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TOROS

Cuestión de principios

En el ambiente taurino siempre se recuerda que a los gitanos nos les gustan los buenos principios

Manzanares Domenech Castelló

En el ambiente taurino siempre se recuerda, cuando algún festejo comienza con mal pie, que a los gitanos nos les gustan los buenos principios. El de los toros, este a decir de muchos retrógrado mundo, siempre ha lucido una discriminación positiva hacia la raza calé. Por gitanería se entiende personalidad, pellizco, algo que Vicente Fernández «El Caracol», alicantino de Benejúzar, con un octavo de esa sangre, imprimió a su faenas llegando a entonar la sutil «música callada del toreo», según José Bergamín. Viene a cuenta mentar al bueno de Vicente porque veíamos blandir el libro donde se cuenta su historia personal en las manos de Raquel Pérez, diputada provincial y concejala de El Campello por EUPV. La causa del rechazo oficial ya se la imaginan. La real, otro minuto de gloria en los medios. Porque quizá por aquello por lo que debería ser conocida (y por lo que cobra) no deslumbra ni un tanto así. No es afán de protagonismo, qué va, ni de apuntarse al carro del animalismo de moda para salir en los medios. Sí, no busquen más. Es la nueva Atenea de la sabiduría, otra «megaprogre» y «protolista». ¿Desde cuándo la izquierda se volvió animalista? Ecologista siempre, y social sobre todo. Ay, si la izquierda volviera a sus principios...

Figurantes de la «política moderna» aparte, está cierto sector de la afición alicantina enojadilla con el trato que se le ha dado en la prensa a la actuación de Manzanares el pasado Domingo de Resurrección en Sevilla. La verdad, ni fue tarde de aciertos para el torero alicantino, ni tampoco hay por qué echarle a los leones y escribir negro sobre blanco (como se ha hecho) poco menos que su toreo tiene todos los defectos del mundo.

El diestro de la «terreta» ha mostrado de sobra sus cualidades y calidades en esta década y pico en el escalafón superior. Sus números son más que contundentes, y sin embargo sigue quedando cierto poso de artista sin acabar que, por otro lado, tampoco viene mal del todo. Pobre de aquel que ya ha demostrado todo lo que tiene que decir ante la cara del toro. No. Manzanares es torero de recorrido largo, de trayectoria evolutiva.

Pero no le ha venido nada bien, o al menos así lo parece, este año pasado en el luto continuo por la muerte de su padre. Vestirse de negro y azabache todas las tardes de toros quizá haya constituido un homenaje muy emotivo y sincero, digno de admiración sin duda, pero en ocasiones hay que cesar de revivir el duelo y dejar que los que se fueron descansen en paz, también en el interior de uno mismo. Su padre siempre será su padre, insustituible en su vida personal y artística, pero hay una realidad inmarcesible incluso en los peores momentos: la vida continúa. La autocompasión y la imagen del pobre hijo al que la vida le ha dado tan duro revés no ha beneficiado en nada al artista. Quizá ahora, con su progenitor ausente, el nuevo José Mari deba dejar aflorar todo aquello que la vorágine de éxitos, puertas grandes y números abrasadores le han impedido desarrollar.

Malas tardes, hasta temporadas enteras, han padecido las más importantes figuras del toreo. José Mari tiene el don de una elegancia natural que viste todo lo que ejecuta y que llega mucho al público. Quizá ha llegado la hora de vaciar las embestidas y vaciarse por dentro, de olvidarse de la ligazón extrema y volver al toreo natural, sin forzosas larguras pero con rotundas profundidades. Casi una vuelta a los principios.

Decía García Márquez en sus memorias que lo más importante de su vida le aconteció hasta los ocho años. No digo yo que tanto, pero José María Dols Samper (yo fui testigo de ello) en el principio fue el toreo. Así, sin matices. El toreo y su música callada embriagadora, sí, la de Bergamín. Casi como su padre al final de su carrera. El círculo que, al final, siempre se cierra.

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