Manzanares cubrió ayer su peor tarde en la Maestranza de Sevilla teniendo a favor el lote con mayores posibilidades. El alicantino se mostró siempre precavido, tirando líneas y sin decidirse a meterse de verdad con sus enemigos.

El regreso de Morante de la Puebla a la Maestranza después de dos años de ausencia fue el argumento previo de una tarde en la que el propio sevillano escuchó los tres avisos después de una gran faena. Alejandro Talavante, por su parte, completó una de sus actuaciones más brillantes en Sevilla.

La máxima atención del festejo la concitaba la presencia de Morante de la Puebla, que sacó a saludar a sus compañeros mientras arreciaba una ovación que no estuvo exenta de alguna protesta. Pero aún tenía que salir el toro para recuperar el auténtico hilo de una corrida en la que, a la postre, hubo de todo.

El propio Morante sería el encargado de protagonizar la cruz y la cara. Había sorteado un primero flojo, soso y no exento de nobleza al que cuajó algún lance aislado de aires añejos. Pero en la muleta se acabó desinflando definitivamente.

Lo mejor estaba aún por llegar. Morante mezcló temple, conocimiento y arrebato para extraer el fondo del cuarto, que había herido feamente a su banderillero Lili. Hubo suavidad inicial para, poco a poco, ir pisando el terreno de un toro que vendía cara cada una de sus embestidas.

Morante fue a más, descubriendo el contenido del animal en cada embroque, cuajando uno a uno los muletazos y buscando siempre el pitón contrario para obligarlo a embestir. En la faena hubo intensidad y entrega mezcladas con la belleza natural que el diestro de La Puebla no sabe separar de su toreo.

Las notas del pasodoble «Suspiros de España» acabaron siendo la mejor envoltura de ese trasteo apasionado en el que no faltaron detalles de imaginación, calidad al natural y personalidad diferenciada en los ayudados y remates.