Mario Vargas Llosa cumple 80 años el lunes, una cifra muy simbólica a la que llega en plena facultad creativa y vital. Acaba de sacar nueva novela, Cinco esquinas, y su vida personal ha dado un giro copernicano al unirse sentimentalmente a Isabel Preysler.

Una apuesta por el amor, por estar y sentirse vivo que le ha hecho ser noticia más allá de la creación literaria o la actividad política, y que le ha colocado en las portadas de las revistas sociales o del corazón.

Y es que Mario Vargas Llosa, que nació en Arequipa (Perú) en 1936, siempre ha mostrado una gran capacidad y disciplina para trabajar y un deseo vital que le ha llevado a meterse en diferentes ámbitos además de la escritura, como ser candidato a la presidencia del Perú en 1990 o subirse a los escenarios como actor.

Con una vida marcada por los éxitos -salvo el fracaso de su experiencia política-, el favor de los lectores y con todos los premios posibles (Nobel, Cervantes, Príncipe de Asturias, Rómulo Gallegos, Planeta o Jerusalén, entre otros)- la historia del académico y escritor está determinada por la figura de su padre, un hombre autoritario que nunca quiso que fuera escritor.

Un padre al que Vargas Llosa daba por muerto, como le había hecho creer su madre, y cuya aparición en su vida al reconciliarse con su madre, de quien se había separado antes de su nacimiento, le marcó para siempre.

Antes Mario Vargas Llosa vivía feliz en Cochabamba, donde su abuelo había sido destinado como cónsul; vivía arropado por su madre, sus abuelos, sus tías, y la escritura era ya un juego «exaltante y feliz». Pero el retorno a Lima junto a sus padres, a los diez años, le devolvió a la dura realidad. Conoció el miedo, su padre le pegaba, le prohibió escribir y ver a sus amigos.

Tras un ingreso fallido en la Escuela Naval, entró en el Colegio Militar Leoncio Prado, un lugar duro, como dejó plasmado en La ciudad y los perros. Ahí comenzó a leer y escribir como un refugio contra la soledad y contra el miedo a su progenitor.

«Mi padre vio que tenía una vocación literaria, vio que escribía poemas, que leía mucho, y esto lo alarmó; él pensó que una vocación literaria era un pasaporte hacia el fracaso en la vida», señaló el autor en una entrevista. «Nunca había escrito tanto como escribí en esos dos años, y me convertí en cierta forma en un escritor profesional», recordó.