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Desde mi terraza

Ana Belén, casta diva

Ana Belén, casta diva

Soy un mitómano convicto y confeso. Y considero una suerte que mi mitomanía conserve todavía la lucidez para que mi cercanía con algunos de mis mitos no me impida quedar fascinado cuando los veo aparecer en una película o en un escenario: me olvido de la familiaridad que me une a ellos para contemplar extasiado su presencia y disfrutar de ella. Y el pasado domingo experimenté esa sensación mientras daba cuenta de un buen arroz con atún y garbanzos con Ana Belén, mano a mano y en el Santi del puerto, ante la incomparable fachada marítima de Alicante y el castillo de Santa Bárbara. A Ana la conocí personalmente en el año 1983 cuando aceptó mi invitación para entregar a Miguel Narros, su descubridor, maestro y mentor desde la adolescencia, el premio de mejor director por la obra Seis personajes en busca de autor, la inmortal obra del nobel Luigi Pirandello, votado por el público de la desparecida Asociación Independiente de Teatro. Pero la verdad es que la engañé con la invitación, porque escondía mi plan para que presentara la gala de entrega de premios. Y aunque aterrorizada, dada su timidez para mostrarse en público, (me decía, nerviosa antes del acto: «Es que hasta me tiembla un ojo?»), no tuvo más remedio que hacer frente al inesperado compromiso. Ese fue el primer paso de una relación que dura hasta hoy, y que -contrariamente a lo que suele suceder- ha hecho crecer en mí la fascinación por la actriz? y también por la diva, término éste que suele emplearse de forma peyorativa para atribuir excentricidades, caprichos y actitudes esnobistas. No lo entiendo yo así. La mejor definición de lo que es una diva la encuentro en la afirmación de Concha Velasco al referirse a Nuria Espert: «Me gusta Nuria Espert hasta cuando no me gusta!» Desde que ví a Ana Belén interpretando El sí de las niñas y Numancia, con solo 15 años, hasta esta Medea que acaba de visitarnos, ha llovido mucho. En el cine la descubrí como la joven chica de servicio de Españolas en París; más tarde volví a verla en el teatro en Sabor a miel, y de ahí siguió una interminable lista de películas, discos y obras de teatro, hasta llegar a su incursión en la tragedia. Porque Ana Belén se ha ido convirtiendo en una actriz trágica, en un país donde las trágicas escasean salvo, en mi opinión, la citada Nuria Espert y el gran descubrimiento de Concha Velasco en Hécuba. Ana Belén ha sido Antígona, Fedra, Electra y ahora Medea; y hasta la Semíramis de La Hija del Aire de Calderón de la Barca y que interpretó junto a Antonio Banderas. Le quedan por tanto pocas heroínas del teatro grecolatino a quienes representar. Pero es seguro que su unión profesional con el director José Carlos Plaza, como antes sucediera con Narros, la llevará a encontrar otros personajes clásicos menos conocidos pero de la misma dimensión, fuerza e intensidad que los citados. El cine parece temporalmente aparcado, demasiado bella y joven para ser abuela en la pantalla, y además escoge escrupulosamente los proyectos. Su actividad como cantante no ha cesado, conservando milagrosamente toda su potencia y frescura en la voz; y muy especialmente el buen gusto interpretando temas memorables. Pronto volveremos a verla junto a los históricos Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat y Miguel Ríos rememorando los ya también históricos recitales de hace veinte años,

Tras estas disquisiciones no hay más remedio que seguir viviendo, a pesar de los atentados terroristas de Bruselas, del accidente de autobús en Tarragona cargado de estudiantes Erasmus y del cierre de fronteras en Europa a quienes se arriesgan a morir huyendo de una muerte casi segura. La vida sigue.

La Perla. Frases de diva: «Segundas oportunidades yo? ¿Acaso cuando masticas un chicle y luego lo tiras te lo vuelves a meter en la boca?» (María Félix).

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