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Cien años de la muerte del compositor

Granados y Gabriel Miró, «Goyescas» y la amistad

El compositor y el escritor mantuvieron una relación que influyó en la obra de ambos

Enrique Granados en 1914. información

Hoy hace cien años que quien fuera gran amigo de Gabriel Miró, Enrique Granados, acompañado de su esposa, regresaba de Estados Unidos con la aureola de compositor con reconocimiento universal, muriendo ambos trágicamente en el Canal de la Mancha.

La amistad

Desde que en 1914 Gabriel Miró y su familia se domiciliaron en Barcelona nació la amistad con Enrique Granados. No gustaba Miró de círculos literarios o tertulias siendo limitadas sus amistades: se relacionó con ilustres como Enric Prat de la Riba, Ramón Turró, Joan Maragall, Ramón Suriñach; y biólogos y médicos como Jesús María Bellido, Lluis Sayé, o Rosendo Carrasco Formiguera, y mantuvo lazos incondicionales y fraternales, que se extendieron a sus familias, con el fisiólogo August Pi i Sunyer y con el prestigioso compositor Enrique Granados.

Los amigos se reunían frecuentemente, en ocasiones con las esposas e hijos. En junio de 1914, el compositor y concertista organizó una velada en su estudio del Tibidabo barcelonés; el alicantino leyó unas cuartillas de El Abuelo del Rey -que publicó posteriormente dedicándola a Pi i Sunyer- y Granados tocó al piano parte de su suite Goyescas y obsequió a Miró con la partitura. Los encuentros se intensificaron cuando se produjo una epidemia tífica y enfermaron Clemencia, hija de Miró, y los hijos de Granados y de Pi i Sunyer. Cuando se restableció la salud de todos ellos el compositor alquiló una casa en Vallcarca, la parte alta de la ciudad, y concibió la idea de celebrarlo en Navidad creando una obra que los niños pudieran interpretar para lo que pidió a Miró que escribiese un texto para una representación que éste realizó y tituló La cieguecita de Betlehem, que Granados enriqueció con su música. Sobre aquellos encuentros familiares escribió Pi Suñér: «Comenzaron los estudios y los ensayos. [..] Subíamos a Vallcarca una o dos veces por semana y era una delicia la paz gustada bajo los árboles florecidos. Hablaba Miró con su dulce lentitud alicantina. Granados se excitaba trémulo y efusivo sintiendo palpable ahora el terror por los peligros superados. Iba cayendo el día, los niños se divertían mucho y las mujeres se preocupaban por los detalles de la función». Años mas tarde, Clemencia Miró Maignon, en un artículo dedicado al fisiólogo y filólogo declaraba su hermanamiento espiritual con él y las raíces de los Miró «descendientes de aquel Francisco Miró que acompañó a D. Jaime el Conquistador a tierras de Levante» y añadía: «Cuando nos trasladamos a Barcelona, mi padre no se sintió desplazado de su tierra natal, sino reintegrado a lo más firme de ella, donde brotó el tronco venerable de nuestro árbol. Su amor a la Ciencia le hizo rodearse preferentemente de amigos médicos, y más de una vez se le llamó Dr. Miró, creyéndole un científico y no un escritor». Clemencia rememoró «la noche en que fuimos al estudio de Enrique Granados en la Avenida del Tibidabo, que tan sobrecogedoras páginas inspiró a mi padre cuando se cumplió el presentimiento que tuvo el gran músico ante el cuadro de la Creación de Miguel Ángel». Y también «de aquellas veladas ensayando una obrita teatral de mi padre y Granados y que representamos los hijos de los tres matrimonios después de la terrible epidemia tífica del año 14, al final de nuestra convalecencia, -pues todos fuimos, por el Dr. Pi i Sunyer, arrebatados de las garras de «aquel lobo negro, flaco y peludo» que entraba en los apriscos de nuestros hogares»-, y Pi i Sunyer escribió nostálgico: «Domingos claros de Vallcarca donde nuestras familias se unían en una gran familia!». Y en otro trabajo de Clemencia -todavía inédito- recuerda a su padre en días de enfermedad. «... Me duerme en sus brazos. En mi mejilla siento el suave brillo del cuello blanco duro. Me canta y me cuenta la historia de "Fernandito". ¡Grande papá! Me lleva como una plumita; que bien huele su americana; qué voz tan llena y varonil que con su dulce acento me va cerrando los ojos».

Goyescas

El motivo del viaje de Granados a América fue el estreno en América de su composición lírica Goyescas. En su inicial versión pianística la suite Goyescas se estrenó en Barcelona en 1911 y en 1914 la interpretó Granados en París, logrando tan gran éxito que al español se le concedió la Legión de Honor de la República Francesa y la Ópera de París le encargó una versión lírica.

La Primera Guerra Mundial impidió que la ópera Goyescas se estrenase en París, siendo Nueva York, en el Metropolitan Opera House, donde se presentó esta obra inspirada en las pinturas y grabados de Francisco de Goya. En esta versión musical de diez obras del pintor aragonés Granados evoca tanto la luminosidad de los majos y majas de los cartones como la fuerza dramática de Los caprichos. Goyescas es considerada emblemática en la creación musical del español.

Anticipándose a la llegada de Granados a Nueva York el famoso violonchelista Pau Casals realizó con la orquesta los primeros ensayos. La larga estancia permitió que Granados y Casals dieran un concierto en la Friends of Music Society y que Granados realizase algunas grabaciones y mantuviese encuentros con destacadas personalidades de la sociedad neoyorquina que se honraba teniendo al celebre europeo como invitado en sus recepciones. El estreno de Goyescas en el Metropolitan fue el 28 de enero de 1916. Una ovación histórica rubricó el éxito logrado. El presidente Wilson le invitó a la Casa Blanca para homenajearle lo que motivó el retraso de su regreso. Nada hacía presagiar que el retraso por aquella alta distinción tendría un trágico final. Granados había escrito a su amigo el compositor Ricardo Viñes: «Por fin he visto realizados mis sueños (...) Toda mi alegría actual la siento más por todo lo que tiene que venir que por lo que he hecho hasta ahora».

La tragedia

El regreso que había de realizarse desde Nueva York a Barcelona en un buque español se inició tres días más tarde en otro holandés hasta Inglaterra y desde allí, el 24 de marzo continuó el viaje a Francia con el Sussex -con bandera de un país beligerante- teniendo previsto llegar en tren a Barcelona. El barco fue torpedeado por un submarino alemán en el Canal de la Mancha arrancando la parte del buque donde se encontraba el matrimonio Granados.

Cuando Miró recibió la noticia, profundamente consternado y acompañado de Pi i Sunyer, se apresuró a ir junto a los huérfanos. En carta a Germán Bernácer dice: «No nos separamos de ellos hasta madrugada. No olvidaré nunca esa noche! [..] Es necesario que me cure un poco, al menos de esta emoción que me apaga todos los estímulos y propósitos. Estoy dominado por el horror; pero, además, creo que después de los huérfanos, el más perjudicado soy yo; y me perdono a mí mismo esta palabra que materializa el dolor; me la perdono y la admito porque también disculpe que yo esté ahora perjudicando mi hogar por la posesión de esta pena. [..] apenas te hablé de los planes que Granados trazaba en beneficio mío, porque hasta por caridad debía acordarme sólo de ellos».

La tragedia conmovió al mundo artístico de Europa y América. Hubo muchos homenajes póstumos y conciertos con sus composiciones. Uno de ellos organizado por Pau Casals en un emocionante concierto en el Metropolitan Opera House de Nueva York en el que se estrenó Goyescas, logrando una gran recaudación a favor de los seis huérfanos. Gabriel Miró publicó dos artículos: El dedo de Dios, en la Revista Musical Catalana y otro en La Esfera de Madrid titulado Los huérfanos de Granados. En el primero rememora los encuentros en Vallcarca: «Cuando vino la luna grande que esperaba Granados salieron de las calles de la ciudad las tres familias de los tres amigos.[..] Llegados a la Avenida del Tibidabo los hijos y los padres, las tres familias corrieron infantilmente por la cuesta, entre reposo y luna de noche de campo?» En Los huerfanos de Granados trata Miró sobre lo acontecido desde la despedida a sus padres, como recibió la terrible noticia uno de ellos, la situación en que se encontraban y la incertidumbre en su orfandad. Tal vez cuando escribía estos artículos tenía ante si las partituras de Goyescas que Granados le regaló y guardaba entre sus libros y objetos más preciados: la impresa en 1911 con la primera parte, Los Majos Enamorados, y la autógrafa de la segunda parte, El Amor y La Muerte, fechada en 1912, y que Miró recordara emocionado el momento en que Granados en una de ellas escribía en junio de 1914 la dedicatoria que hasta hoy ha permanecido inédita.

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