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Un punto rojo pálido

En 25 años hemos desarrollado la tecnología para buscar un planeta hermano de La Tierra

Hace 26 años, un científico de la NASA y genial divulgador tuvo una gran idea. La nave espacial Voyager 1 de la agencia espacial norteamericana se encontraba a seis mil millones de kilómetros de la Tierra. Esta misión, que se había lanzado en septiembre de 1977, tenía como principal objetivo visitar los gigantes gaseosos de nuestro Sistema Solar: Júpiter y Saturno, además de la luna Titán. Tras visitar Júpiter en 1979 y Saturno un año más tarde, los ingenieros de la agencia espacial decidieron extender la vida de la misión y lanzarla a los confines del Sistema Solar en una misión exploratoria, en una versión moderna de las exploraciones marítimas a la búsqueda del Nuevo Mundo. En 1990, tras la petición de este genial divulgador, Carl Sagan, la nave giró sobre sí misma para obtener una de las imágenes más espectaculares en la historia de la exploración espacial: la Tierra desde los confines del Sistema Solar. No lo fue por la calidad de su imagen ni por la espectacularidad de lo observado, sino por el profundo significado que entrañaba. En palabra de Carl Sagan, «la Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido». Ese punto azul pálido muestra a la vez nuestra insignificancia en el Universo y un sentimiento de grandeza, de fortuna, por la genialidad de la naturaleza, permitiendo el desarrollo de vida en un lugar tan convulso como lo fue la Tierra hace miles de millones de años.

Pues bien, más de 25 años después, nos encontramos en otro de esos momentos claves en la era de la exploración espacial. Ahora sabemos que existen otros sistemas planetarios y que sus propiedades son extremadamente diversas, sugiriendo una cierta variedad de procesos de formación y evolución planetaria. De hecho, gracias a las misiones espaciales y las observaciones desde tierra, ahora conocemos que los planetas abundan en nuestra Galaxia, y lo que es aún más importante, se estima que alrededor del 70% de las estrellas con características similares a nuestro Sol tienen al menos un planeta del tamaño de la Tierra. En otras palabras, no somos una excepción. Al parecer, la formación de planetas de este tamaño no es tan complicada como creíamos. Esto abre las puertas a la caza de estos planetas terrestres con el fin último de encontrar un gemelo a nuestro mundo.

Esta búsqueda ya ha comenzado. Disponemos de instrumentos capaces de detectar estos planetas. Una tecnología impresionante que permite detectar que estrellas, a cientos y miles de años luz, se mueven a la velocidad de una tortuga debido a la presencia de uno de estos planetas. Esta técnica es precisamente la que se está usando ahora en uno de los proyectos más ambiciosos y apasionantes de los últimos años, el proyecto Pale Red Dot (Punto Rojo Pálido). Este proyecto está intentando confirmar la presencia de un planeta terrestre en la estrella más cercana a nuestro Sistema Solar, Proxima Centauri. Esta estrella está situada a tan solo 4,2 años luz (es decir, si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz tardaríamos «solo» 4,2 años en llegar allí) y es una enana roja, algo más fría que nuestro Sol. Tras encontrar algunos indicios de la posible existencia de un planeta tipo Tierra orbitando alrededor de esta estrella, un grupo de astrofísicos está tratando de confirmar el hallazgo a partir de observaciones desde el Observatorio de La Silla (Chile) con el instrumento HARPS, que es capaz de detectar el pequeño bamboleo de una estrella al sufrir la ínfima atracción gravitatoria de un planeta a su alrededor. El proyecto está siendo retransmitido prácticamente en directo a través de https://palereddot.org/es/ (versión en español) así como en las redes sociales.

De este modo, en menos de 25 años hemos sido capaces de desarrollar las herramientas necesarias para buscar el anhelado gemelo de ese «punto azul pálido» con el que nos maravillamos hace décadas. Para encontrar el «punto rojo pálido».

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