El libro establece una conexión entre la odisea antártica de sir Ernest Shackleton y el amor. ¿Por qué ha hilado dos temas en apariencia tan diferentes?

Hilar dos cosas en apariencia poco relacionadas entre sí es el cometido de la poesía. Aquí hay una unión de dos cosas que no solo nos sorprende sino que adquiere cierto sentido: una relación amorosa y una gran aventura que implica un esfuerzo sobrehumano como es cruzar en equipo la Antártida. La Expedición Imperial Antártica de Shackleton estaba cargada de riesgos pero en realidad el amor es la expedición más arriesgada que existe.

A lo largo de la historia ha habido grandes aventureros y conquistadores. ¿Por qué le fascina especialmente Shackleton?

Shackleton me interesa en parte por mis raíces anglosajonas. El espíritu de la expedición era muy británico, muy imperial, muy petulante... Una actitud que me interesa mucho desde el punto de vista de la historia. Shackleton pertenece a un tipo de hombre movido por este empeño de conquista y de «orgullo británico», que no digo que sea necesariamente algo bueno, pero desde luego estaba presente en la expedición, y que es muy difícil que se repita. Ese empeño, esa necesidad de continuar, esa idea del honor y del deber hacia una causa mayor que uno mismo es lo que me ha interesado sobre todo de Shackleton.

La idea de los perros sacrificados en esa expedición, en concreto de los «últimos perros» da título al poemario y también es la idea que cierra el libro. ¿Por qué de toda la expedición le interesa este hecho concreto?

El sacrificio de los perros al que se vieron obligados los integrantes del equipo por orden del propio Shackleton es terrible. La expedición se había quedado atrapada en el hielo y se estableció una relación muy fuerte con los perros, que proporcionaban ya no solo fuerza bruta sino compañía y entretenimiento. Esto es muy importante porque en un momento dado se quedaron varados y así pasaron semanas que se convirtieron en meses y no había ningún tipo de entretenimiento ni nada que hacer más allá de cuidar a los perros y entrenarlos. El momento de la decisión de sacrificar a los perros es durísimo para toda la expedición.

Ya no hay retorno posible.

No, ya no lo hay. Los últimos perros de Shackleton hace referencia a lo que yo he juzgado como el momento más difícil, en el que ya se ha sacrificado a la mayoría de perros y solo quedan unos cuantos. Es una forma de decir «no hay vuelta atrás». No tiene sentido dejar unos pocos vivos y sacrificar a los demás, es una especie de todo o nada. Y esta es la metáfora que he encontrado con la ruptura amorosa que recorre todo el libro. Una parte del libro toca un tema muy relacionado con Shackleton, que es una infidelidad [estaba casado y tuvo varias amantes]. Una vez cometida ya no tiene vuelta atrás. Es el paralelismo que he visto entre el sacrificio de los perros, sacrificar este animal tan noble y tan cercano, con sacrificar la relación.

Si La Fiera estaba dedicado al actor Philip Seymour Hoffman, este libro está dedicado a Sir David Attenborough. ¿Por qué esta dedicatoria?

Es un homenaje a uno de los maestros que he tenido en la sombra. Creo que mi imaginario poético está configurado por mis lecturas pero también por mi afición desde muy pequeño, gracias a mis padres, a los documentales. Tengo muchísimas imágenes en la cabeza y muchísimos conceptos que no le debo tanto a las lecturas como a los documentales y, en concreto, a la forma en la que la imagen se convierte en palabra, que es al fin y al cabo lo que yo estoy intentado hacer. Eso ha sido a través de la locución y de la poesía, por qué no, de David Attenborough.

En el libro hay diversas referencias a documentales, pero no a documentales de mariposas y suricatos, sino de accidentes aéreos y fauna abisal por ejemplo.

Este es un libro de poemas de amor, pero en todos los poemas de este libro y en otros míos hay un interés grande por la muerte. Me interesa, igual que a Werner Herzog, la parte más oscura de la naturaleza. En el libro hay un poema que habla de los pingüinos suicidas de Herzog, que sin explicación alguna abandonan la gran fila que va camino al mar y en solitario ponen rumbo a la montaña, obviamente un destino nefasto para el pingüino. En el caso de las simas abisales me interesa porque es un lugar básicamente incompatible con la vida, un lugar de los más hostiles del planeta.

¿Y los accidentes aéreos?

En un plano más humano me interesa el tema del miedo recurrente de muchos de nosotros, que es un poco un cliché, al accidente de avión. El miedo a volar se transforma en un símbolo con el que hablo de la muerte y del miedo.

En un poema transciende incluso una cierta atracción hacia el momento del impacto.

Sí, hay una cierta atracción, la misma que puede sentir uno al borde del precipicio. Es un poco duro decirlo, pero lo que plantea el poema es la hipótesis de un momento sublime. Es decir, el momento en que se asiste a algo realmente extraordinario. Es innegable que hay un instante brutal.

Lo demuestran los supervivientes de situaciones extremas como un accidente o una guerra.

Sí, lo que yo planteo con los accidentes de avión es el extremo, el instante sublime que en la mayoría de los casos no encuentra salvación, pero eso no quiere decir que no se haya experimentado. Un instante sublime también puede ser un instante terrorífico y un instante macabro. No deja de ser sublime.

La lectura de poemas como Revolución puede encontrar conexiones con otro poemario suyo Los hijos de los hijos de la ira (XXI Premio de Poesía Hiperión).

Es un libro que contiene una combinación de amor con una preocupación social, en ese sentido sí que hay bastantes paralelismos con Los hijos de los hijos de la ira, pero en este último hay una búsqueda de dar voz a un sentimiento generacional que tiene que ver con la decepción ante la herencia recibida. En Los últimos perros... se trata más de una investigación de diferentes sentimientos amorosos pero desde hechos sociales, hechos que ocurren. En el poema que menciona hay una búsqueda del mensaje amoroso que puede haber detrás del florecer del almendro y todo esto entendido como un símbolo de la revolución de la primavera árabe de febrero de 2011. Son como diferentes planos: tenemos la revolución de la primavera árabe, a su vez florece el almendro como símbolo de la revolución y, de fondo, en un tercer plano, está el amor y el lugar que ocupa el amor dentro de todo este conglomerado.

El libro conmueve y emociona con ese amor fracasado y trágico, pero hay momentos incluso casi humorísticos, como el poema Darwin se acerca a Lady Macbeth un sábado noche.

El humor siempre me ha interesado y es fundamental para cualquier proceso intelectual. La poesía no debe ser extraña al humor de la misma forma que se está viendo que la filosofía y otras disciplinas no son ajenas al humor, sin caer en la banalidad. El humor siempre ha sido un signo de pensamiento y de inteligencia. Apelar al humor del lector es apelar también a su inteligencia. No creo que debamos subestimar la capacidad del humor y de la ironía a la hora de analizar las cuestiones que nos preocupan.

Hay quien se pregunta para qué sirve la poesía. ¿Sirve por ejemplo para que el gato Mrs. Chippy, sacrificado también por Shackleton junto a los perros, llegue hasta 2015, como dice en uno de sus poemas?

Este es precisamente uno de los grandes milagros de la literatura, no solo de la poesía. La poesía nos debe servir para comprender mejor los sentimientos que tenemos dentro y que no han hallado todavía una metáfora o un símbolo comprensible para nosotros. Una persona puede experimentar la pérdida de un ser querido y no llegar a comprenderlo hasta años más tarde cuando lee la famosa elegía de W. H. Auden o la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández. Hay algo en ese texto que nos acerca a nosotros mismos y que de alguna forma nos refuerza y nos permite ser más libres porque hemos podido catalizar un sentimiento, convertirlo en palabras. Uno de los grandes milagros de la literatura es recuperar la memoria y, en el caso de la poesía, recuperar una memoria sentimental.

Las redes sociales han favorecido un feedback con los lectores mucho más directo. ¿Es positivo?

Destacar el papel del lector siempre es positivo, el único problema que hay con herramientas del tipo Facebook y Twitter es que uno siente la necesidad de recibir un feedback inmediato. Eso es una visión muy restringida de la realidad. Si uno tiene, como es mi caso, muchos amigos en Facebook [cerca de 5.000] de los cuales un número importante forman parte del mundillo poético corremos el riesgo o el peligro de olvidar al lector verdadero, íntimo, que descubre el libro por casualidad, por recomendación, porque lo saca de una biblioteca pública, o lo compra, o lo recibe como un regalo y lo disfruta, lo vive y no tiene en ningún momento la necesidad de poner una foto de la portada en su Facebook o en Twitter. Esos son los lectores que han estado y seguirán estando y los cuales no tienen un eco en las redes sociales. Debemos confiar en ese lector y promover la existencia de este lector a través de una vida de los libros en la realidad y no en las redes sociales, es decir, fomentando la presencia del libro en las bibliotecas públicas, regalando libros, comprando libros y creando un tejido que esté más allá de las redes sociales, que será el mas interesante a la larga porque nuestras lecturas son íntimas y poco tienen que ver con un «me gusta» en Facebook.