Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Yo me lo pinto, yo me lo edito

Jóvenes creadores recurren con frecuencia a la autoedición para difundir sus cómics, fanzines o libros

Yo me lo pinto, yo me lo edito

«Lo que hago no son apuestas seguras ni rentables, para mí es algo muy personal y si quieres tener el control y hacer las cosas a tu manera, la vía es la autoedición». Quien habla es Nacho Córdoba, madrileño de 29 años que hace cuatro decidió quedarse en Alicante y que acaba de presentar su propio sello editorial, Magia, para lanzar sus propios proyectos.

Por afición o por necesidad, muchos jóvenes creadores se lanzan a producir sus obras sin tener el respaldo de una firma detrás. La autoedición no es nueva, pero las dificultades para acceder a una editorial, la irrupción de las redes sociales y la vuelta a lo artesanal, sin olvidar cierta moda del do it yourself, hacen que con frecuencia los autores se encarguen de editar sus libros, ilustraciones, comics, o camisetas y que al amparo del micromecenazgo o crowdfunding vean salida para difundir sus obras.

Lara Herrera lo hizo con su primer libro ilustrado, Cuentos de Ultrapervert, una serie de relatos eróticos con un toque de humor, su proyecto final en la Escuela de Arte de Murcia, cuya publicación financió con micromecenazgo en 2013. Pidió 1.250 euros, consiguió 1.450 y le costó 1.600; tuvo cuarenta días para reunir el dinero, «sufrí, pero me salió, y edité 158 ejemplares», cuenta. Ahora, la autora e ilustradora va a lanzar la segunda parte, también por crowdfunding.

«Al principio no probé con una editorial porque con la primera obra no te suelen hacer caso, y a veces tengo problemas con esta temática, aunque si dibujo una felación o algo de fetichismo, me gusta que quede bonito», apunta Herrera, que puede tardar de 8 a 10 meses en un proyecto. «Cuesta mucho, tienes que maquetarlo, corregirlo, editarlo, hacer el diseño gráfico, las cubiertas, las recompensas... Quema mucho y agota porque lo haces tú todo, como Juan Palomo y, aunque tiene mucho encanto y te da mucha satisfacción, el tercero -una novela ilustrada sobre un romance paranormal, de estilo más modernista y menos cartoon- me gustaría llevarlo a una editorial».

Jorge Gómez Tresáncoras, de 30 años, es un licenciado en Historia al que le pilló la crisis cuando acabó la carrera, «me vi con estudios, sin trabajo y decidí volcarme en lo que más me gustaba, que es dibujar». Tras estudiar en la Escuela de Arte y Diseño de Alcoy, vive de dar clases particulares y de cómic, y con pequeños trabajos de dibujante y viñetista. Sus primeras tiras cómicas las hizo en una libreta sin intención de mostrarlas, A pie de playa, y al final se lo editó él mismo en un cómic y los vendió todos, 90, en tres ediciones.

Además de colaborar en proyectos online y en fanzines, hace un año se compró una libreta y empezó a dibujar una historia a partir de una conversación sobre Chicote, «pensé en un cocinero que va desafiando a otros, como los maestros de gimnasio japoneses, y salió Cocinero samurai», un cómic de cocina y humor donde se explica la receta del pollo a la pan-tho-ja. «Me lo vio David Gil, propietario de The October Press, y me dijo que me lo publicaba. Hicimos 100 ejemplares y se han vendido todos en mes y medio. Todo en serigrafía y cosido a mano por el editor y el dibujante», apunta satisfecho, aunque ahora Tresáncoras busca editorial..

«La autoedición es una forma de dar salida a tu trabajo, pero laboralmente no compensa. El problema es que no cotizas a la Seguridad Social, te tienes que hacer autónomo y no te compensa, y te empuja a cobrar en negro», apunta Tresáncoras, que añade que «no buscas enriquecerte, pero tampoco vives por amor al arte, así que tienes que buscar otros trabajos», a lo que Lara, compañera en fanzines, agrega que «ahora hay mucha saturación de ilustradores, parece que está de moda y hay un postureo ilustrado».

Le Mat, licenciado en Bellas Artes de 30 años, opina al contrario que su trabajo ideal es vivir del cómic o el dibujo «al 50%», porque «agota un poco que tu hobby se convierta en tu profesión». Él pinta persianas, murales, locales y ahora está diseñando su propia marca, mientras su amigo Carlos Andreu, con la misma edad y licenciatura, trabaja de diseñador gráfico, haciendo retratos o con trabajos esporádicos, «con lo justito, no sabemos vivir de otra manera, porque al final se va todo en imprimir cosas».

Andreu edita el fanzine comunal Tinta de Verano desde hace dos años, «cada uno pone un poco, la copia nos sale a un euro y lo vendemos a 1,50; solemos sacar 200 ejemplares y hemos hecho dos ediciones. Ahora ambos se proponen editar su primer libro de artista que bebe del cómic, Totem, un libro evocador y conceptual «para separarte un poco del producto que hay en las tiendas», apuntan, «lo hicimos de un tirón un día dibujando cada uno una página y pensamos: ¿por qué no intentamos editarlo?».

Ahora están en el momento de estudiar posibilidades «para que nos salga el proyecto como queremos porque ha surgido de forma espontánea y no lo hemos llevado a nadie. Pensamos en un crowdfunding más que en buscar un mecenazgo centrado en una persona», señalan, aunque reconocen que captar a micromecenas y buscar las recompensas por las aportaciones «es mucho trabajo. El problema es que es en color, que sube los costes, porque querríamos hacer 300 de tirada y nos saldría por 900 euros», y lamentan asimismo la dificultad de vender las obras en las tiendas de cómic.

Nacho Córdoba, que presentó ayer en The October Press su sello editorial de fanzines, casetes, conciertos (Magia) y el primer número de su fanzine (Cambio máquina por piano de cola) no tiene nada contra el micromecenazgo, «pero tampoco me acaba de convencer, lo veo un poco despersonalizado» y, por ende, no ha buscado nunca la opción de estar «en la industria» porque «lo raro para mí sería depender de otras personas».

Él, que estudió Cine y trabaja durante unos meses al año, dedica el resto del tiempo a hacer lo que le gusta y lo que no puede dejar de hacer: fanzines y música. «La idea del sello es hacer lo mismo que hago pero intentando que tenga más eco y que no se quede en tu círculo de colegas. Creo que se puede llegar a más gente si va todo en el mismo nombre», explica, ya que su intención es realizar ediciones y distribuciones pequeñas.

«Hace tiempo era más difícil pero la autoedición ya es algo normal, ahora se cultiva más, cada vez hay más fanzines y gente underground que llega a más gente, hay una pseudoprofesionalización», algo que no le convence del todo «porque a veces ves precios altos no justificados y si esto no lo haces por dinero, ¿por qué dar una imagen de negocio solvente?».

Con Magia ya en la calle, quiere crear un par de referencias al mes de su fanzine, hecho a partir de un anuncio,sin principio ni fin, con papel de estraza, sin grapas ni tamaño de fanzine, «así de incómodo», bromea.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats