Ramos de flores, fotografías, velas y mensajes seguían abarrotando ayer el mural con la imagen del icono de la música David Bowie en una calle de Brixton, el barrio londinense donde el cantante nació el 8 de enero de 1947. Decenas de admiradores de todas las edades continúan llegando a este rincón del sur de Londres para rendir homenaje al legendario artista. Algunos se quedan un rato para hacer fotos y depositar alguna ofrenda, otros curiosos se acercan simplemente para ver en detalle el pequeño templo improvisado ante el retrato de Bowie, inspirado en su álbum de 1973 Aladdin Sane y que le muestra con cabello peinado hacia arriba y maquillaje de fantasía, sobre un fondo rojo con bolas o planetas brillantes.

Entre el público, Salma Smith, de 60 años, aseguró que todavía «se encuentra en shock por la noticia del fallecimiento», y recordó con emoción que, de adolescente, veía a Bowie «como un Dios». El joven de 22 años Pat McFadden confiesa que, desde pequeño, las canciones del músico sonaban en su familia y alabó el magnetismo del cantante, que provocó «tal pasión y tal cambio en la sociedad». Martha Grant, tras observar durante minutos el mural, destacó el «enorme legado» que deja el artista y relató que el pasado fin de semana su hijo tocaba en casa The Man Who Sold The World (1971) con la guitarra.

Entre los carteles dejados sobre la pila de ofrendas, junto al mural, se lee: «Fuiste la banda sonora de nuestras vidas». Un cine cercano a este inusitado santuario se ha querido unir a este homenaje con la leyenda: «David Bowie, nuestro niño de Brixton».

La noche del lunes, cientos de personas se reunieron en este punto del barrio para celebrar su vida, en un ambiente festivo en el que sonaron algunos de sus temas. La muerte de Bowie ha suscitado un aluvión de muestras de cariño y admiración en todo el mundo.