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El testamento del Picasso del rock

El testamento del Picasso del rock

En octubre 2012 saltaba a los medios una fotografía del señor Bowie paseando por Manhattan con gorra, gafas de sol y bufanda hasta los labios, como cualquier ciudadano en el otoño neoyorquino. Muchos «periodistas», sin dato alguno que lo corroborara, se lanzaron a escribir que Bowie estaba acabado, que era un anciano, pues vestía una sudadera gris, lejos del glamur que se le supone, y lucía pálido. La fotografía era la prueba fehaciente de los rumores sobre su salud y su sequía creativa. Dos meses después, Bowie les soltaba un zasca en toda regla y sacaba nuevo disco, precisamente el día de su cumpleaños. Volvía con un gran trabajo que ni la prensa musical ni la de celebridades habían olido y además se permitía jugar con la mítica portada de Heroes ocultándola. Tres años después, ha perfeccionado la jugada, convirtiendo la salida de Blackstar y su muerte, que solo él y su círculo más intimo sabían que vendría, en una obra de arte y, por qué no, maestra. Hoy, algunos pasajes de su último trabajo, el vídeo y la letra de Lazarus, cobran todo el sentido. Porque hoy, mañana, y hasta que nos cansemos, no solo escucharemos las canciones del pasado de Bowie, escucharemos el presente, su testamento, Blackstar, con escalofrios. Otro golpe maestro del Picasso del Rock, que ha demostrado porqué ha sido uno de los grandes hasta el último momento, que nos hace regalos en sus cumpleaños, «un regalo de despedida», en palabras de su fiel Visconti.

(Mira aquí arriba, estoy en el cielo, tengo cicatrices que no se ven, tengo drama, todo el mundo me conoce ahora. De Lazarus).

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