En Cuba, a los niños muy mimados les dicen «góticos», y entre mimos y algodones transcurrió la infancia de Luis Antonio de Villena, quien todavía hoy, a sus 64 años, se identifica plenamente con esa circunstancia, como él mismo reconoce en la primera de las tres entregas en que se dividirán sus memorias. El fin de los palacios de invierno (Ed. Pre-Textos), recién llegado a las librerías, es el título de ese primer volumen de unas memorias que arrancan a comienzos de los años 50 del siglo pasado y concluyen poco antes de la muerte del dictador, con un joven licenciado de 22 años «sediento de cultura y sexo».

Hijo único de un matrimonio que se rompió muy pronto, el pequeño Luis Antonio Felipe se crió entre mujeres (madre, tías, abuelas,...), en una familia social y económicamente acomodada. «En mi casa era un niño mimado y archiprotegido, de nada me faltaba, pero en mi corazón anidaba la mancha oscura, umbrosa, de la desaparición de mi padre».