El papa Francisco inauguró ayer el Jubileo Extraordinario de la Misericordia con una ceremonia en el Vaticano, a la que asistieron miles de fieles de todo el mundo y que concluyó con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, que cruzaron él mismo y su antecesor, Benedicto XVI.

Es primera vez en la historia de la Iglesia Católica en la que dos papas, Jorge Bergoglio y el emérito Joseph Ratzinger, cruzan el umbral de esta Puerta Santa que permanecerá abierta durante todo el periodo jubilar, hasta el 20 de noviembre de 2016.

Más de 50.000 fieles de todos los rincones del mundo, según cifras ofrecidas por la delegación del Gobierno en Roma, acudieron al Vaticano para vivir una jornada histórica, la inauguración de un Año Santo que no sucedía desde el 2000, cuando entonces era papa Juan Pablo II, ahora santo. Los fieles tuvieron que pasar fuertes medidas de seguridad y varios controles de detección de metales que ralentizaron su entrada a la plaza, pero que fueron aprobadas por Roma para garantizar de forma extraordinaria la seguridad, especialmente tras los atentados de París del 13 de noviembre, en los que murieron 130 personas. Además de los controles para acceder a la plaza, 2.000 policías patrullaron la zona, se instalaron 1.000 cámaras de vigilancia, mientras que helicópteros de la aeronáutica italiana sobrevolaron el espacio aéreo del Vaticano y de Roma.

Este Jubileo, el primero del pontífice jesuita, tiene un significado especial, pues se celebra en el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II (1962-1965). Bergoglio hizo referencia a esta fecha que dijo, supuso «un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres».

El papa Francisco acudió después a la céntrica plaza de España de Roma para venerar la imagen de la Inmaculada Concepción, ante la que recordó en una oración a todos aquellos que «sienten más duro el camino», como los enfermos, los presos o los inmigrantes.

«Vengo en nombre de las familias, con sus alegrías y penas, de los niños y jóvenes, abiertos a la vida, de los ancianos, llenos de experiencia», dijo el pontífice con tono pausado y solemne.